Roberto Vargas Arreola
Existen pocas aproximaciones al estudio de la pareja
desde el psicoanálisis. Sus formulaciones han estado influidas principalmente
por el estudio del inconsciente individual. Para Willi (1978), los problemas concretos en la pareja se consideraban importantes exclusivamente
cuando podían activar conflictos internos. En la escucha clínica, el
psicoanalista se preocupaba poco sobre la descripción fáctica del miembro de la
pareja ya que las relaciones reales con el ambiente no se consideraban determinantes.
Las relaciones con el objeto debían examinarse principalmente en el plano de la
fantasía, ya que se partía de que éstas determinan la comprensión de la
realidad. Fue hasta las formulaciones de la terapia de familia, que se puso en
tela de juicio la vía de dirección única de sujeto a objeto ya que se descubrió
que estas perturbaciones son recíprocas y no podían tratarse si no se atendía
el medio patológico.
En un inicio, los conceptos de la terapia familiar se obtuvieron de las
investigaciones de familias de esquizofrénicos. Se llegó a pensar que los
padres creaban la psicosis en el niño y lo enviaban al médico como paciente
identificado. No obstante, las manifestaciones sobre la influencia parental
permitieron inferir que el paciente no es sólo el enfermo, sino que son los
familiares quienes también se encuentran clínicamente afectados, aunque
trasplantando su enfermedad. Estas ideas, nacidas en la terapia familiar
sistémica, pueden ser igualmente estudiadas en la terapia de pareja.
En la escucha clínica de la pareja, ambos miembros hablan desde su
subjetividad, sin embargo, también pueden situarse y hablar desde la entidad
que inauguraron como pareja, su terceridad. Se trata de una historia en común,
inscrita por el psiquismo de ambos, entrelazada por escenas y fantasmas, por
continuidades y retornos, por encuentros y desencuentros; historia que puede
percibirse abandonada, o herida, o amenazada, o frágil, pero siempre con un sustrato
de dolor. Es paradójico que desde la mirada clínica impresione una unión
perfecta, los laberintos de la subjetividad lograron encontrar una salida en el
vínculo de amor, aunque ese descubrimiento no deja de ser doloroso. El amor y
el dolor son constructos de cada época, aunque, independientemente del contexto
social imperante, contienen dicotomías irreconciliables y generan emociones y
sentimientos intensos e inestables.
Campuzano (2001) plantea que la representación de objeto de la pareja se
construye desde el nacimiento tomando como prototipo a la pareja parental. Por
efecto del tabú del incesto, se tiene que renunciar a las tendencias
endogámicas. La renuncia, con su duelo inevitable, permitirá el pasaje a la
exogamia para abandonar el lugar de hijo y ocupar el de un adulto sexual, con
su consecuente cambio de representación. De los modelos originarios endogámicos
se pasa a los objetos exogámicos bajo el tamiz selectivo de los amores
parentales. El vínculo amoroso no puede escapar de un sustrato familiar y por
ende ominoso.
En el grupo-pareja, de acuerdo con Campuzano (2001),
se presenta una capacidad regresiva importante, en función de la capacidad
evocadora que tiene por semejanza la relación con los objetos primarios. A
estos hechos, se agrega que el enamoramiento se produce y mantiene mediante
mecanismos regresivos, por lo que muchos ámbitos de intimidad de la pareja
también tendrán ese matiz, implicando un cierto borramiento de las fronteras yo-no
yo. La pareja sufre por las relaciones pasadas, su terceridad se extiende en
una línea continua donde las historias anteriores son vividas como actuales. Por lo tanto, aparecen mecanismos primitivos de
relación, comunicación y defensa como la proyección, introyección, negación e
identificación proyectiva.
Sánchez Escárcega (en Campuzano, 2001) plantea que
existe un self de pareja que funciona como una envoltura psíquica, con límites
externos e internos, con una superficie que contiene y constriñe los
intercambios vinculares, hacia dentro y hacia fuera, representa el locus de los
fenómenos de pareja. Este espacio imaginario constituye la realidad psíquica de
la pareja, el lugar de intercambios proyectivos e introyectivos de los objetos
internos de la diada y de sus relaciones con el exterior. El mundo externo
moviliza el mundo de representaciones internas de los miembros de la diada, así
como sus representaciones de pareja. A su vez, la red interna de
representaciones es susceptible de ser proyectada al exterior.
Campuzano (2011) señala que el vínculo de pareja estable tiende a
cumplir con las siguientes funciones:
1)
Logro de un lugar,
un estatus y un apoyo en la red social amplia.
2)
Apoyo e incremento
de fuerza al unirse a un compañero, incluyendo lo económico.
3)
Satisfacción
narcisista en el enamoramiento y formación de un sistema de confirmación e
identidad en la pareja.
4)
Establecimiento de
un sistema defensivo interpersonal -complementario y ligado a lo intrapsíquico-
mediante la elección de la pareja.
5)
Depósito de la
parte “psicótica” de la personalidad (esencialmente de lo simbiótico) en el
sistema de pareja y familiar.
A partir de estos aportes se reconoce sistemáticamente la necesidad de cuestionar la noción individualista y de no atribuir el conflicto de pareja de manera unilateral, surgiendo la tendencia de considerar este tipo de vínculo como un “todo” o un “sistema” como lo enuncian las teorías de la comunicación. El vínculo de pareja es más que la suma de sus partes, es un sistema dentro de otros sistemas, mantenido por la dinámica, la inestabilidad y el equilibrio de las dependencias, las luchas de poder, las peleas, los distanciamientos, la actividad sexual, la organización de tareas, la relación con la familia de origen, entre otros.
La teoría de comunicación ha permitido observar que las relaciones de pareja son interdependientes en forma circular y se selecciona a la pareja sobre la base de la complementariedad (ambos tienen necesidades opuestas pero complementarias) o la simetría (eligiendo quien tiene necesidades similares). Los miembros de la pareja parecen desempeñar recíprocamente funciones psíquicas y hacer alianzas inconscientes. Por otro lado, las personas tienden a vincularse amorosamente con quienes están en el mismo nivel de diferenciación psíquica, aunque paradójicamente, pueden tener pautas de organización defensiva opuestas.
Desde esta perspectiva, Campuzano (2001) refiere que suele predominar en las parejas la elección caracterológica complementaria defensiva (un hombre obsesivo con una mujer histérica); la elección caracterológica simétrica defensiva (un obsesivo con una fóbica) o la elección simétrica por debilidad (ambos cónyuges comparten una problemática semejante). Willi (1978) organiza una tipología de parejas con base en esta última modalidad, es decir, la tendencia de los seres humanos a ser atraídos por compañeros que poseen patrones opuestos de organización psíquica defensiva (progresiva o regresiva), aunque en un tema del desarrollo conflictivo para ambos.
El término de colusión puede ser sustentado bajo estas premisas. Colusión es un término utilizado por Willi (1978) para describir el juego conjunto no confesado, oculto recíprocamente, de dos o más compañeros a causa de un conflicto fundamental y similar no elaborado. Este conflicto actúa en diferentes papeles, lo que permite tener la impresión de que uno de los miembros es lo contrario del otro, pero se refiere sólo de variantes polarizadas del mismo conflicto. La pareja en el consultorio expone sus historias con ideas aparentemente incompatibles, en ocasiones las diferencias entre ambos se perciben inconmensurables. No obstante, la conexión en el conflicto fundamental y similar favorece los intentos de curación individual progresiva en uno de los miembros y regresiva en el otro, esperando que cada uno de ellos le libere de su propio conflicto. Ambos creen estar asegurados por su pareja en la defensa contra sus propias angustias, hasta tal punto que creen posible una satisfacción de la necesidad, no alcanzada hasta entonces. Las demandas al establecer un vínculo colusivo son altos. Los miembros de la pareja plantean demandas insostenibles e imposibles, sus raíces derivan de su historia familiar e infantil.
Las defensas progresivas y regresivas se fundamentan en los paralelos
psicológicos que tiene el vínculo de pareja con la relación parental de la
primera infancia. Como sujetos que establecen un vínculo amoroso, ya no están
en una posición de niños, pero tampoco de adultos maduros. Por tanto, en la
relación de pareja existe ambivalencia, apuntando por un lado a la regresión
(retorno de la infancia) o a la progresión (comportamiento adulto). Las parejas atraviesan por regresiones y progresiones donde
la ambivalencia desempeña un papel fundamental.
En las relaciones de pareja, unos se inclinan a fijarse en un comportamiento regresivo y a rechazar toda exigencia de conducta progresiva, esperando la satisfacción constante de sus necesidades de cuidado, dedicación, cariño y pasividad. En cambio, otros pretenden realizar una tarea superior al pretender “ser adultos”, evitan toda forma de comportamiento considerado infantil y se esfuerzan por parecer fuertes, maduros, superiores, con control de sus sentimientos, eludiendo la propia debilidad. Esta actitud sobrecompensadora no es más que una formación reactiva, por tanto, la actitud progresiva significa pseudo-madurez y no una madurez auténtica.
Algunos miembros de la pareja se fijan en la actitud regresiva por miedo
al castigo y a que se le exija demasiado en el caso de que pretendan para sí
formas de comportamiento más maduras; otros se fijan en la progresiva porque la
regresiva les avergüenza. En los vínculos de pareja se encuentra con frecuencia
la unión de un compañero que tiene necesidad de progresión con otro que precisa
la satisfacción regresiva. Estas defensas se fortifican y fijan el uno ante el
otro porque se necesitan mutuamente de esas funciones.
Para concluir, se precisa plantear algunas aproximaciones
clínicas del dolor emocional en la pareja, muchas de ellas ya referidas
anteriormente: Los miembros de la pareja sufren no sólo como individuos, sino
como participantes de una terceridad; sus historias están cruzadas en
diferentes coordenadas: el grado de diferenciación psíquica, las fijaciones
libidinales, los conflictos preedípicos; desde trincheras diferentes se defienden
pero comparten una angustia similar. Su drama consiste en el desconocimiento de
los motivos inconscientes que los vinculan y que los hace aparecen fuera de
escena, apelando a que el otro satisfaga una necesidad primaria imposible. Si
las parejas se confrontan con la imposibilidad ¿qué hacen juntas?
Los miembros de la pareja encuentran una forma diferente de
representarse a ellos mismos, desmienten la herida narcisista, la imagen
devaluada y el contenido vergonzoso que deviene de la insatisfacción de sus
ideales; la pareja encuentra modos diferentes de representar la realidad, el
compañero aporta una mirada distinta de significarla y ello puede ser alentador
para la repetición, el aislamiento y la muerte psíquica; la pareja encuentra
modos de integrar una imagen de unión, de comunión, de fusión, desmintiendo con
ello la muerte, los límites imaginarios y simbólicos; la pareja encuentra en
esta unión una esperanza de salvación, ser liberado de sus conflictos, ser
protegido ante sus amenazas, convenir con alguien más en sus utopías e ideales,
en el supuesto de que ahora son más alcanzables…
Por supuesto, estos encuentros son confrontados por la
imposibilidad, si existe una satisfacción de los mismos sólo es parcial. El
efecto de ello puede ser doloroso, ya que genera insatisfacción y angustia que
en los consultorios se traduce en reclamos y objeciones al otro. El ser humano
no cesa de convocar la imposibilidad en sus actos, sus elecciones,
motivaciones, deseos, ensoñaciones, vínculos, ideales, afectos. Quisiera todo
para sí, la omnipotencia aguarda en cada acto una resolución final. Sin
embargo, mientras estos encuentros se mantengan como necesidades irresolubles,
mientras que haya un espacio para que el deseo pueda emerger, el dolor emocional de los miembros de la pareja se aloja en la condición de falta.
Referencias
Campuzano, M. (2001). La pareja humana, su psicología, sus conflictos, su tratamiento.
Ciudad de México: AMPAG y Plaza y Valdés
Willi, J. (1978). La
pareja humana: relación y conflicto. Madrid, España: Morata.