jueves, 29 de julio de 2021

HISTORIAS CRUZADAS: EL DOLOR EMOCIONAL EN LA PAREJA

 



Roberto Vargas Arreola

 

Existen pocas aproximaciones al estudio de la pareja desde el psicoanálisis. Sus formulaciones han estado influidas principalmente por el estudio del inconsciente individual. Para Willi (1978), los problemas concretos en la pareja se consideraban importantes exclusivamente cuando podían activar conflictos internos. En la escucha clínica, el psicoanalista se preocupaba poco sobre la descripción fáctica del miembro de la pareja ya que las relaciones reales con el ambiente no se consideraban determinantes. Las relaciones con el objeto debían examinarse principalmente en el plano de la fantasía, ya que se partía de que éstas determinan la comprensión de la realidad. Fue hasta las formulaciones de la terapia de familia, que se puso en tela de juicio la vía de dirección única de sujeto a objeto ya que se descubrió que estas perturbaciones son recíprocas y no podían tratarse si no se atendía el medio patológico.

En un inicio, los conceptos de la terapia familiar se obtuvieron de las investigaciones de familias de esquizofrénicos. Se llegó a pensar que los padres creaban la psicosis en el niño y lo enviaban al médico como paciente identificado. No obstante, las manifestaciones sobre la influencia parental permitieron inferir que el paciente no es sólo el enfermo, sino que son los familiares quienes también se encuentran clínicamente afectados, aunque trasplantando su enfermedad. Estas ideas, nacidas en la terapia familiar sistémica, pueden ser igualmente estudiadas en la terapia de pareja.

En la escucha clínica de la pareja, ambos miembros hablan desde su subjetividad, sin embargo, también pueden situarse y hablar desde la entidad que inauguraron como pareja, su terceridad. Se trata de una historia en común, inscrita por el psiquismo de ambos, entrelazada por escenas y fantasmas, por continuidades y retornos, por encuentros y desencuentros; historia que puede percibirse abandonada, o herida, o amenazada, o frágil, pero siempre con un sustrato de dolor. Es paradójico que desde la mirada clínica impresione una unión perfecta, los laberintos de la subjetividad lograron encontrar una salida en el vínculo de amor, aunque ese descubrimiento no deja de ser doloroso. El amor y el dolor son constructos de cada época, aunque, independientemente del contexto social imperante, contienen dicotomías irreconciliables y generan emociones y sentimientos intensos e inestables.

Campuzano (2001) plantea que la representación de objeto de la pareja se construye desde el nacimiento tomando como prototipo a la pareja parental. Por efecto del tabú del incesto, se tiene que renunciar a las tendencias endogámicas. La renuncia, con su duelo inevitable, permitirá el pasaje a la exogamia para abandonar el lugar de hijo y ocupar el de un adulto sexual, con su consecuente cambio de representación. De los modelos originarios endogámicos se pasa a los objetos exogámicos bajo el tamiz selectivo de los amores parentales. El vínculo amoroso no puede escapar de un sustrato familiar y por ende ominoso.

En el grupo-pareja, de acuerdo con Campuzano (2001), se presenta una capacidad regresiva importante, en función de la capacidad evocadora que tiene por semejanza la relación con los objetos primarios. A estos hechos, se agrega que el enamoramiento se produce y mantiene mediante mecanismos regresivos, por lo que muchos ámbitos de intimidad de la pareja también tendrán ese matiz, implicando un cierto borramiento de las fronteras yo-no yo. La pareja sufre por las relaciones pasadas, su terceridad se extiende en una línea continua donde las historias anteriores son vividas como actuales. Por lo tanto, aparecen mecanismos primitivos de relación, comunicación y defensa como la proyección, introyección, negación e identificación proyectiva.

Sánchez Escárcega (en Campuzano, 2001) plantea que existe un self de pareja que funciona como una envoltura psíquica, con límites externos e internos, con una superficie que contiene y constriñe los intercambios vinculares, hacia dentro y hacia fuera, representa el locus de los fenómenos de pareja. Este espacio imaginario constituye la realidad psíquica de la pareja, el lugar de intercambios proyectivos e introyectivos de los objetos internos de la diada y de sus relaciones con el exterior. El mundo externo moviliza el mundo de representaciones internas de los miembros de la diada, así como sus representaciones de pareja. A su vez, la red interna de representaciones es susceptible de ser proyectada al exterior.

Campuzano (2011) señala que el vínculo de pareja estable tiende a cumplir con las siguientes funciones:

1)      Logro de un lugar, un estatus y un apoyo en la red social amplia.

2)      Apoyo e incremento de fuerza al unirse a un compañero, incluyendo lo económico.

3)      Satisfacción narcisista en el enamoramiento y formación de un sistema de confirmación e identidad en la pareja.

4)      Establecimiento de un sistema defensivo interpersonal -complementario y ligado a lo intrapsíquico- mediante la elección de la pareja.

5)      Depósito de la parte “psicótica” de la personalidad (esencialmente de lo simbiótico) en el sistema de pareja y familiar.

A partir de estos aportes se reconoce sistemáticamente la necesidad de cuestionar la noción individualista y de no atribuir el conflicto de pareja de manera unilateral, surgiendo la tendencia de considerar este tipo de vínculo como un “todo” o un “sistema” como lo enuncian las teorías de la comunicación. El vínculo de pareja es más que la suma de sus partes, es un sistema dentro de otros sistemas, mantenido por la dinámica, la inestabilidad y el equilibrio de las dependencias, las luchas de poder, las peleas, los distanciamientos, la actividad sexual, la organización de tareas, la relación con la familia de origen, entre otros.

La teoría de comunicación ha permitido observar que las relaciones de pareja son interdependientes en forma circular y se selecciona a la pareja sobre  la base de la complementariedad (ambos tienen necesidades opuestas pero complementarias) o la simetría (eligiendo quien tiene necesidades similares). Los miembros de la pareja parecen desempeñar recíprocamente funciones psíquicas y hacer alianzas inconscientes. Por otro lado, las personas tienden a vincularse amorosamente con quienes están en el mismo nivel de diferenciación psíquica, aunque paradójicamente, pueden tener pautas de organización defensiva opuestas.

Desde esta perspectiva, Campuzano (2001) refiere que suele predominar en las parejas la elección caracterológica complementaria defensiva (un hombre obsesivo con una mujer histérica); la elección caracterológica simétrica defensiva (un obsesivo con una fóbica) o la elección simétrica por debilidad (ambos cónyuges comparten una problemática semejante). Willi (1978) organiza una tipología de parejas con base en esta última modalidad, es decir, la tendencia de los seres humanos a ser atraídos por compañeros que poseen patrones opuestos de organización psíquica defensiva (progresiva o regresiva), aunque en un tema del desarrollo conflictivo para ambos.

El término de colusión puede ser sustentado bajo estas premisas. Colusión es un término utilizado por Willi (1978) para describir el juego conjunto no confesado, oculto recíprocamente, de dos o más compañeros a causa de un conflicto fundamental y similar no elaborado. Este conflicto actúa en diferentes papeles, lo que permite tener la impresión de que uno de los miembros es lo contrario del otro, pero se refiere sólo de variantes polarizadas del mismo conflicto. La pareja en el consultorio expone sus historias con ideas aparentemente incompatibles, en ocasiones las diferencias entre ambos se perciben inconmensurables. No obstante, la conexión en el conflicto fundamental y similar favorece los intentos de curación individual progresiva en uno de los miembros y regresiva en el otro, esperando que cada uno de ellos le libere de su propio conflicto. Ambos creen estar asegurados por su pareja en la defensa contra sus propias angustias, hasta tal punto que creen posible una satisfacción de la necesidad, no alcanzada hasta entonces. Las demandas al establecer un vínculo colusivo son altos. Los miembros de la pareja plantean demandas insostenibles e imposibles, sus raíces derivan de su historia familiar e infantil.

Las defensas progresivas y regresivas se fundamentan en los paralelos psicológicos que tiene el vínculo de pareja con la relación parental de la primera infancia. Como sujetos que establecen un vínculo amoroso, ya no están en una posición de niños, pero tampoco de adultos maduros. Por tanto, en la relación de pareja existe ambivalencia, apuntando por un lado a la regresión (retorno de la infancia) o a la progresión (comportamiento adulto). Las parejas atraviesan por regresiones y progresiones donde la ambivalencia desempeña un papel fundamental.

En las relaciones de pareja, unos se inclinan a fijarse en un comportamiento regresivo y a rechazar toda exigencia de conducta progresiva, esperando la satisfacción constante de sus necesidades de cuidado, dedicación, cariño y pasividad. En cambio, otros pretenden realizar una tarea superior al pretender “ser adultos”, evitan toda forma de comportamiento considerado infantil y se esfuerzan por parecer fuertes, maduros, superiores, con control de sus sentimientos, eludiendo la propia debilidad. Esta actitud sobrecompensadora no es más que una formación reactiva, por tanto, la actitud progresiva significa pseudo-madurez y no una madurez auténtica.

Algunos miembros de la pareja se fijan en la actitud regresiva por miedo al castigo y a que se le exija demasiado en el caso de que pretendan para sí formas de comportamiento más maduras; otros se fijan en la progresiva porque la regresiva les avergüenza. En los vínculos de pareja se encuentra con frecuencia la unión de un compañero que tiene necesidad de progresión con otro que precisa la satisfacción regresiva. Estas defensas se fortifican y fijan el uno ante el otro porque se necesitan mutuamente de esas funciones.

Para concluir, se precisa plantear algunas aproximaciones clínicas del dolor emocional en la pareja, muchas de ellas ya referidas anteriormente: Los miembros de la pareja sufren no sólo como individuos, sino como participantes de una terceridad; sus historias están cruzadas en diferentes coordenadas: el grado de diferenciación psíquica, las fijaciones libidinales, los conflictos preedípicos; desde trincheras diferentes se defienden pero comparten una angustia similar. Su drama consiste en el desconocimiento de los motivos inconscientes que los vinculan y que los hace aparecen fuera de escena, apelando a que el otro satisfaga una necesidad primaria imposible. Si las parejas se confrontan con la imposibilidad ¿qué hacen juntas?

Los miembros de la pareja encuentran una forma diferente de representarse a ellos mismos, desmienten la herida narcisista, la imagen devaluada y el contenido vergonzoso que deviene de la insatisfacción de sus ideales; la pareja encuentra modos diferentes de representar la realidad, el compañero aporta una mirada distinta de significarla y ello puede ser alentador para la repetición, el aislamiento y la muerte psíquica; la pareja encuentra modos de integrar una imagen de unión, de comunión, de fusión, desmintiendo con ello la muerte, los límites imaginarios y simbólicos; la pareja encuentra en esta unión una esperanza de salvación, ser liberado de sus conflictos, ser protegido ante sus amenazas, convenir con alguien más en sus utopías e ideales, en el supuesto de que ahora son más alcanzables…

Por supuesto, estos encuentros son confrontados por la imposibilidad, si existe una satisfacción de los mismos sólo es parcial. El efecto de ello puede ser doloroso, ya que genera insatisfacción y angustia que en los consultorios se traduce en reclamos y objeciones al otro. El ser humano no cesa de convocar la imposibilidad en sus actos, sus elecciones, motivaciones, deseos, ensoñaciones, vínculos, ideales, afectos. Quisiera todo para sí, la omnipotencia aguarda en cada acto una resolución final. Sin embargo, mientras estos encuentros se mantengan como necesidades irresolubles, mientras que haya un espacio para que el deseo pueda emerger, el dolor emocional de los miembros de la pareja se aloja en la condición de falta.

 

Referencias

Campuzano, M. (2001). La pareja humana, su psicología, sus conflictos, su tratamiento. Ciudad de México: AMPAG y Plaza y Valdés

Willi, J. (1978). La pareja humana: relación y conflicto. Madrid, España: Morata.

 

HISTORIAS CRUZADAS: EL DOLOR EMOCIONAL EN LA PAREJA

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