lunes, 18 de mayo de 2020

Alcances de la Psicoterapia Relacional del hombre actual: La masculinidad en el espacio terapéutico



 Dr. José Ángel Aguilar Gil
AMPPR 
(Asociación Mexicana de Psicoterapia y Psicoanálisis Relacional)



Introducción.
Este trabajo se enfoca en mostrar la importancia de atender a los pacientes hombres en el espacio terapéutico desde los estudios de las masculinidad y con un enfoque psicoanalítico relacional.
Actualmente me ha llamado la atención la afluencia de hombres en mi consultorio, generalmente "enviados" o "llevados” por sus mujeres con el fin de mejorar sus relaciones de pareja, es por esto que me interesó investigar ¿qué pasa con los hombres en el momento actual? y si éstos han tenido algún cambio o no, a partir de las necesidades de las mujeres con las que se relacionan.
Pareciera que se ha escrito mucho acerca de los hombres, el mismo psicoanálisis ha  sido criticado por promover una cultura "falocéntrica", sin embargo creo que éste tiene una deuda con los hombres que acuden a los consultorios, ya que ha centrado el entendimiento sobre lo masculino en el Complejo de Edipo, pero no ha focalizado su atención, de forma más específica, en la construcción de las masculinidades, más allá de explicarla a partir la teoría del conflicto.
¿Cómo comprender y apoyar a los hombres en este siglo? ¿qué hay más allá de las pulsiones, las defensas y el conflicto?.¿qué pasa?, con: "Juan que sufre por el abandono del padre", "Roberto que siente odio porqué su mujer se enamoró de otro y le dejó a los hijos", "Armando que no siente deseo por su pareja", "Pedro que tiene una amante pero nunca dejaría a su esposa", "Oswaldo que se enfrenta a una paternidad no deseada", "Ariel avergonzado por estar desempleado y dedicado a las labores del hogar","Sergio que no tiene erección con la mujer que ama", "Miguel que es homosexual y no soporta a los afeminados”, “Roy que es violento con su novia".
¿Cómo comprender a los pacientes varones desde lo relacional, contextualizando sus actuaciones en el ámbito cultural?.
Con esta inquietud me di a la tarea de buscar marcos teóricos, que me dieran la oportunidad de realizar una mejor comprensión de estos hombres angustiados por lo cambios de las mujeres a su alrededor y sin tener alternativas para enfrentarlo, ¿cómo ayudarles a buscar nuevas formas de relación con ellos mismos, sus pares y sus mujeres?
Es así que me encuentro con el modelo del psicoanálísis relacional, que según Mitchell (1998, 1993, 1997, 2000), se basa en la naturaleza biológicamente social, relacional e intersubjetiva del ser humano, y en el hecho de que, dada la plasticidad del cerebro y  esta naturaleza relacional, la mente se forma por las experiencias de interacción del sujeto, desde el momento de su nacimiento, con los padres y el entorno social que le rodea.
Este nuevo paradigma en el psicoanálisis, plantea cambiar los impulsos por los afectos, y los objetos por los sujetos, como dice Jessica  Benjamin: “Donde estaban los objetos han de devenir los sujetos”
El enfoque relacional permite la comprensión de la influencia de la cultura en la  conformación de la mente y empata con el debate y reflexión de las ciencias sociales que se da a conocer en los 70, en torno a la situación de desventaja social de las mujeres con respecto a los hombres en diferentes ámbitos de la vida. Este debate ha permitido que en los últimos años se haya iniciado también un análisis importante acerca de lo que significa ser “hombre” en la actualidad, en especial, en cómo se construye la masculinidad en cada cultura.
Los estudios de la masculinidad muestran que hacerse “hombre” dentro de una sociedad tiene una enorme influencia por parte de la socialización estereotipada de género, y propone que la construcción de la masculinidad está influida por los siguientes aspectos:
1. La identidad se construye a partir de no ser femenino
2. Necesidad de probar la virilidad
3. Ejercicio del poder a partir del control
4. Negación de necesidades emocionales
   Cuando nacemos nos espera algo más que las manos de un médico, nos esperan expectativas, compromisos, deberes y ciertos roles sociales, según el sexo con el que se nace (Aguilar y Botello, 1994). En términos de George Mead, tanto hombres como mujeres se definen como “personas que tienen un proceso de desarrollo; lo que son no está presente inicialmente en el nacimiento, sino que surge en el proceso de la experiencia y las actividades sociales” (Mead, 1972).
 A partir de la interacción que tiene el niño desde los primeros gestos y sonrisas con la madre, aprende las actitudes que la provocan, y sabe cuándo reaccionar de tal o cual manera hacia los otros porque también ha aprendido sus actitudes; pero, así mismo, los otros han aprendido las actitudes del pequeño y a reaccionar ante ellas; digamos que desde estos momentos comienza el dinamismo y el proceso social de influir sobre otros y luego adoptar sus actitudes (Mead, 1972).
En este sentido, lo que el niño o la niña perciban de la actitud de sus padres será lo que él o ella empezarán a percibir de sí mismos. De igual manera, la actitud que tienen ante él, por ser de un sexo o de otro, moldeará su relación con los demás y consigo mismo. Daniel Cazés lo explica: “a partir del nacimiento el cuerpo recibe una significación sexual que lo define como referencia normativa inmediata para la construcción en cada persona de su masculinidad o de su feminidad, y como norma permanente en el desenvolvimiento de su historia personal, que es siempre una historia social” (Cazés, 1993).
 A partir del sexo queda establecida la forma básica en que los sujetos pueden actuar y cumplir sus papeles y funciones sociales en las diversas fases de su vida cotidiana.
    Ante esta diversidad, hombres y mujeres nos hemos construido en forma distinta en un mismo mundo; según las mujeres feministas, un mundo patriarcal, de opresión, de diferencia y de abuso de poder; según nosotros, además, un mundo de responsabilidades y deberes que aparentemente nos pertenece, y que por ser hombres nos toca cargar, aunque a veces nos pesa. Entonces nos preguntamos si vale la pena aspirar a ser un “hombre ideal” o luchar para llegar a vivir como “hombres reales”.
   Las mujeres han ido descubriendo paso a paso y después de muchos tropiezos quiénes son y cómo son. Los hombres nos hemos quedado rezagados preguntándonos quiénes somos; para saber quién soy me resulta imprescindible la mirada del otro. Cuando éste cambia, se necesita volver a su mirada y aceptar la nueva imagen que refleja de nosotros.
Los varones nos resistimos a aceptar que esa mirada está cambiando, queremos que siga reflejando la imagen del “hombre ideal”, que no llora, que contiene sus emociones, fuerte, protector, seguro, estricto, violento, compulsivo sexual, situación que es insostenible en la actualidad.
    Por esta razón, es importante reflexionar y analizar la construcción de la masculinidad, partiendo de diversos estudios.

Los estudios sobre la masculinidad.
Autores como Kaufman afirman que la interiorización de las transformaciones que van construyendo la masculinidad, incluyendo la sexualidad, se arraigan inconscientemente antes de los seis años, se refuerzan durante el desarrollo del niño y estallan indudablemente en la adolescencia (Kaufman, 1986).
Según Freud (1931) "En la fase del complejo de Edipo normal encontramos un niño prendado del progenitor del sexo contrario, mientras que en la relación con el de igual sexo prevalece la hostilidad".
Bleichmar (2006), argumenta que los hombres tienen que pasar de la rivalidad con el padre a mociones amorosas y eróticas que debe sublimarse para lograr la identificación, y propone tres tiempos para la constitución masculina:
1.- Primer tiempo, se instituye la identidad de género.
2.- Se establece el descubrimiento de la diferencia anatómica de los sexos
3.- Definición de las identificaciones secundarias (no sólo es "ser hombre", sino la clase de hombre que deberá ser).
   En el niño coexisten la identificación al padre en su ruta hacia la construcción de la masculinidad y la des-identificación con la madre (Greenson en Alizalde, 2006)
Los hombres, desde niños, tienen que reprimir su feminidad y pasividad al toparse con los estereotipos de la masculinidad. Es durante la adolescencia, que se evidencia el dolor y el temor que implican definir su sexualidad a partir de esta represión. La mayoría de los hombres responden a esto reforzando los bastiones de la masculinidad (Horowitz, 1986), que soportan a la masculinidad hegemónica.
 Esta masculinidad hegemónica, que representa al “hombre ideal”, “que no se raja”, “que le entra a lo que sea”, “al que no le va a pasar nada”, ”que se deja llevar por sus impulsos”. Este hombre que internamente está en la búsqueda de su identidad, que necesita probarse, arriesgarse, sentir, ya que esto le permite equilibrar sus impulsos con las exigencias sociales.
     Es importante recordar que otra de las características del “hombre ideal” es su actividad sexual compulsiva y su falta de compromiso con el acto sexual y reproductivo, ya que el “hombre ideal” debe tener una vida sexual plena y satisfactoria, estar dispuesto siempre; por lo tanto, busca reafirmar su hombría con los propios hombres de su grupo, empezando por su padre, que es el guardián de la masculinidad.
Esta reafirmación masculina no es un camino sencillo, según Person (en Alizalde 2009), los  hombres, además de la envidia que sienten por el vientre fértil de las mujeres, sufren más envidia al pene que la niña, y esto es debido no solo al temor de ser castrado sino porque se siente inferior al padre para competir con él respecto a su madre.
Bleichmar (2006), propone que el camino de la construcción masculina no sólo tiene que ver con la constitución de la bisexualidad constitutiva, y la represión hacia la feminidad, sino que está ligada a la búsqueda de apropiación y resolución de la masculinidad a partir de la incorporación genital de otro hombre que otorga potencia y virilidad. Agrega que la hipótesis de la identificación masculina en términos del ejercicio sexual se instituye en la introyección del pene paterno, que impone el fantasma de la homosexualidad.
     Los hombres terminan identificándose con su opresor, para transformarse ellos mismos en opresores (Kimmel, 1994). La masculinidad, se confirma teniendo como reflejo opuesto a una feminidad dominada.
    La línea teórica que ha antecedido a los estudios de las masculinidades ha revelado que el “rol masculino” implica una serie de expectativas y normatividades eróticas, que pueden resumirse en varios puntos:
1) Tener relaciones heterosexuales cuanto antes y tantas como sean posibles.
2) El pene y su uso en la penetración y el orgasmo como signos inequívocos de hombría.
3) La sexualidad como escenario de competencia masculina.
4) El sexo sin amor como cosa de hombres.
5) El papel de penetrador como papel activo; pero también la sexualidad como fuente de angustias identitarias.
6) La sexualidad como expresión de una dominación de género.
7) La homofobia como estructurante de la sexualidad y de la identidad masculina.
 Algunos autores, entre ellos Kaufman y Horowitz (1986), han planteado que la tensión interna de la sexualidad masculina radica entre el placer y el poder. Pareciera que existe en la sexualidad masculina un placer por el poder, o que se antepone el poder al placer sexual. Pero valdría la pena preguntarnos sobre el concepto de poder y si éste es sinónimo de dominio, o si existen otras formas de poder.
    Posiblemente las relaciones de placer y poder sean fenómenos inseparables en una sexualidad masculina que se ha construido en sociedades como la actual. Al respecto Horowitz plantea: “no se trata de un simple dualismo de placeres corporales y poder socialmente construido. La sexualidad no se puede divorciar de los placeres derivados de las relaciones de poder o, inversamente, las inhibiciones sensuales a menudo tienen que ver con las relaciones de poder existentes” (Horowitz, 1986).
El poder es parte del “hombre ideal”, y perderlo causa dolor, puesto que sus símbolos son ilusiones infantiles de omnipotencia imposibles de lograr (Kaufman, 1994). Esto trae como consecuencia el temor, y cuanto más presa sea del temor, más necesitará el hombre ejercer el poder (Kaufman, 1994). El temor produce vergüenza, se rechaza y se proyecta en la mujer.
Los hombres no pueden asumir la pérdida de excitación. Si esto sucede atenta contra la virilidad, si no “se tiene erección todas las veces” no se es “hombre ideal”, se convierte en un “hombre real”, aquel que puede estar cansado, que no tiene deseo o al que se le dificulta algunas veces mantener la erección.
   Por esto los hombres tenemos la necesidad de mantener permanentemente el control en el ejercicio de la sexualidad, tanto el propio como el de la pareja. El poder es privilegio, da status; perder el poder es perder privilegios y ocasiona dolor, y el dolor “es asunto de mujeres”.
   La actitud hacia la mujer es ambivalente, por una parte se la devalúa y por otra se la valora, pero sólo en la medida en que proporciona seguridad —real o fantaseada— al “hombre ideal”.
Según Peter Blos (1991), los varones tienen una imagen femenina escindida: la mujer buena y la mala; la buena, “con la que te vas a casar”, la pasiva, la higiénica, la que permite el control y el ejercicio del poder masculino; la mala es la promiscua, la que enfrenta las situaciones, la que toma un papel activo, la sucia, aquella de la que necesitamos cuidarnos.
Esta escisión que tal vez se proyecta en la mujer, puede representar la escisión que los hombres internalizan desde la infancia y pasan la vida tratando de cohesionarla, con el fin de unificar la imagen del “hombre ideal” con la del “hombre real”.
En el espacio terapéutico nos encontramos con “hombres reales” que buscan integrar los mandatos de la masculinidad hegemónica y que esto les produce escisión en sus vidas y situaciones dolorosas a sí mismos y a las mujeres que les rodean.


El modelo relacional.
   Mi experiencia  se base en incluir el marco de género y masculinidades  para trabajar dentro del consultorio con los pacientes varones, y poner en práctica las teorías postmodernas relacionales.. El espacio intersubjetivo me permite trabajar el aspecto relacional y crear identificaciones desde el género, que se dificulta desde el modelo psicoanalítico ortodoxo.
   Según Coderch (2010) el psicoanálisis relacional tiene las siguientes características:
El abandono de la idea de la mente aislada, y, por el contrario, la concepción del ser humano como un ente esencialmente social que no puede entenderse de forma aislada. Para el psicoanálisis relacional, el análisis se centra en el estudio de la intersubjetividad de dos personas. Ante todo tipo de expresión del paciente, el analista intenta investigar cómo ha contribuido él /ella a tal expresión.
 La modificación del conocimiento relacional implícito, a través fundamentalmente de la interacción y la intersubjetividad, puede ser considerado como el objetivo básico del modelo relacional; la interpretación y el insigth forman parte de los medios para alcanzar este objetivo.
 La relación paciente/terapeuta es moderadamente asimétrica, pero igualitaria. Esto último significa que a las observaciones, juicios, puntos de vista, etc., del paciente se les concede el mismo valor que a los del terapeuta en cuanto a dignos de ser parte integrante del diálogo.
Esta relación paciente/terapeuta, es también de mutualidad, entendiendo por esta última el reconocimiento recíproco de la experiencia que comparten y de la mutua influencia que ejercen el uno sobre el otro. Es también, una relación fundamentalmente intersubjetiva, en la que cada uno reconoce la subjetividad del otro y, a la vez, conoce su propia subjetividad a través del reconocimiento del otro.
 Este modelo admite al paciente como un interlocutor válido, al igual que hacía Freud con sus pacientes. Se juzga que sólo hay verdadero análisis cuando el analista se halla profunda y emocionalmente implicado en el proceso terapéutico. La neutralidad en sentido estricto sería indiferencia ante el paciente. Una de las reglas más importantes es la de ofrecer la mayor ayuda al paciente.
 Para el modelo relacional el silencio es también una interacción que influye profundamente en el paciente, por ello, los terapeutas relacionales no suelen guardar largos silencios, porque los pacientes casi inevitablemente los sienten como prueba de rechazo, de hostilidad, de manifestación de que lo que están comunicando carece de interés.
En este modelo la situación que se establece en la relación paciente- analista es la de plena mutualidad, entendiendo por esta última el reconocimiento de la recíproca influencia que ejercen el uno sobre el otro.
    Jessica Benjamin (2004), como psicoanalista relacional, plantea que la intersubjetividad es una relación de reconocimiento mutuo, la persona experimenta al otro como un "sujeto semejante". Este modelo acepta que existe un sistema de influencia recíproca entre paciente y analista, y que la auténtica dificultad reside en reconocer que el objeto de nuestros sentimientos, necesidades, acciones, y pensamientos es en realidad otro sujeto, un centro a ser equivalente (Benjamin,1995).
El  psicoanálisis relacional se encuentra muy vinculado con la neurociencía cognitiva, tanto para lo que concierne a la teoría, como en lo que afecta a la práctica. Busca una investigación empática y también recoge todas las contribuciones de las disciplinas afines que puedan ser de ayuda.

El trabajo con los hombres en el consultorio.
Desde este modelo relacional y en conjunto con las perspectivas teóricas de los estudios de la masculinidad, se acompaña a los hombres, en el espacio terapéutico, en la búsqueda y análisis de  aquellas cuestiones inconscientes que se pueden comprender desde la relación con los demás en una cultura determinada.
Algunos puntos que estoy revisado con mis pacientes son:
  • Reconocimiento de los núcleos femeninos, y la aceptación de su internalización, con la idea de identificar semejanzas y diferencias con las mujeres.
  • Analizar la relación con la madre para tratar de romper con la escisión de la figura femenina.
  • Descubrimiento de  la  homosexualidad como parte de su construcción masculina, lograr la sublimación de la misma y disminuir la homofobia.
  • Apoyar la búsqueda de identidad en la relación con el padre, cuestionar la identificación con la parte agresiva del  padre y la retaliación con la herencia de la masculinidad hegemónica.
  • Analizar la imagen corporal, y su impacto sobre sí mismos, otros hombres y las mujeres que están en su alrededor.
  • Cuestionar las envidias masculinas, con mujeres y con hombres para desarrollar mejores relaciones amorosas y eróticas.
  • Replanteamiento de la sexualidad, no sólo desde las relaciones de poder exclusivamente, sino también desde la ternura, la capacidad de entrega y de compromiso. Descubrir que atrás de un síntoma sexual existe un afecto que no encuentra salida.
  • Aceptar la parte pasiva masculina, que permita complementar la parte activa de las mujeres y de otros hombres. Construir una intimidad y mutualidad sexuales.
  • Reconocer sus miedos y aceptarlos para saber cómo enfrentarlos, sin proyectarlos y disminuir la agresión.
  • Comprender que el rol de proveedor disminuye las ansiedades de desempeño en otras áreas sobre todo la manifestación de los afectos. Verbalizar los afectos positivos, con el fin de hacer una negociación verbal explícita, construir intimidad y un espacio de terceridad.

Para finalizar.
   Como terapeuta hombre, creo que en el espacio analítico se encuentran dos subjetividades, construidas de una forma hegemónica y con sus particularidades históricas. Este proceso terapéutico nos integra a dos sujetos, no sólo es un espacio  ligado a analizar la mente del analizado, sino un espacio democrático con experiencias y crecimiento mutuos. En un espacio de asimetría pero con mutualidad. Con una oportunidad de manejar la transferencia que permita el análisis presente “aquí y ahora” sin olvidar el pasado “allá y entonces”, con la posibilidad de construir el futuro. 
 
 Es necesario que el espacio terapéutico promueva enfrentar nuestra realidad, que hagamos consciente la transición para asumir nuestro papel de “hombres reales”, es decir, aquellos “que sienten, dudan, son afectivos, tiernos, con miedos y conscientes de sus necesidades” y dejar de luchar incansablemente por ser el “hombre ideal” para cumplir con la masculinidad hegemónica.

BIBLIOGRAFIA.
Aguilar, J. y Botello, L. (1994). La participación del varón en los programas de salud reproductiva, Revista de IPPF, FORO Vol X No 2. Nueva York
Aguilar, J. (1994). La construcción del hombre y la mujer desde la teoría psicoanalítica y la perspectiva de género. En prensa. México
Alizalde, M. (2009). Escenarios masculinos en masculinidad: Una mirada desde el psicoanálisis. Asociación Psicoanalítica Mexicana
Bleichmar, S. (2006). Paradojas de la sexualidad masculina. edit Paidós. Argentina 
Blos, P. (1991). Psicoánalisis de la adolescencia. Edit. Joaquin Mortiz. México
Cazés, D. (1994). La dimensión social del género. Antología de la Sexualidad Humana tomo 1. Edit. Porrua.
Coderch, J. (2010). La práctica de la psicoterpia relacional, Edit. Agora Relacional, Barcelona.
Figueroa, G. y Liendro, E. (1994). Apuntes sobre la presencia del varón en la toma de decisiones reproductivas. inédito.
Kaufman, M. (1989). Hombres, placer, poder y cambio. Edit CIPAF. República Dominicana
Kaufman, M. (1994). Los hombres, el feminismo y las experiencias contradictorias del poder entre los hombres. inédito
Kimmel, M. (1994). La masculinidad como homofobia. por publicar. New York
Mead, G. (póstumo) Espíritu, persona y sociedad desde el punto de vista del conductismo social. Edit Paidós. Buenos Aires 1972.
Mitchell, S. (1993). Conceptos relacionales en psicoanálisis: una integración. Edit Siglo XXI, Madrid España

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