Dr. José Ángel Aguilar Gil
AMPPR
(Asociación Mexicana de Psicoterapia y
Psicoanálisis Relacional)
Introducción.
Este trabajo se enfoca en mostrar la importancia de
atender a los pacientes hombres en el espacio terapéutico desde los estudios de
las masculinidad y con un enfoque psicoanalítico relacional.
Actualmente
me ha llamado la atención la afluencia de hombres en mi consultorio,
generalmente "enviados" o "llevados” por sus mujeres con el fin
de mejorar sus relaciones de pareja, es por esto que me interesó investigar
¿qué pasa con los hombres en el momento actual? y si éstos han tenido algún
cambio o no, a partir de las necesidades de las mujeres con las que se
relacionan.
Pareciera
que se ha escrito mucho acerca de los hombres, el mismo psicoanálisis ha sido criticado por promover una cultura
"falocéntrica", sin embargo creo que éste tiene una deuda con los
hombres que acuden a los consultorios, ya que ha centrado el entendimiento
sobre lo masculino en el Complejo de Edipo, pero no ha focalizado su atención,
de forma más específica, en la construcción de las masculinidades, más allá de
explicarla a partir la teoría del conflicto.
¿Cómo
comprender y apoyar a los hombres en este siglo? ¿qué hay más allá de las
pulsiones, las defensas y el conflicto?.¿qué pasa?, con: "Juan que sufre
por el abandono del padre", "Roberto que siente odio porqué su mujer
se enamoró de otro y le dejó a los hijos", "Armando que no siente
deseo por su pareja", "Pedro que tiene una amante pero nunca dejaría
a su esposa", "Oswaldo que se enfrenta a una paternidad no deseada",
"Ariel avergonzado por estar desempleado y dedicado a las labores del
hogar","Sergio que no tiene erección con la mujer que ama", "Miguel
que es homosexual y no soporta a los afeminados”, “Roy que es violento con su
novia".
¿Cómo
comprender a los pacientes varones desde lo relacional, contextualizando sus
actuaciones en el ámbito cultural?.
Con
esta inquietud me di a la tarea de buscar marcos teóricos, que me dieran la
oportunidad de realizar una mejor comprensión de estos hombres angustiados por
lo cambios de las mujeres a su alrededor y sin tener alternativas para
enfrentarlo, ¿cómo ayudarles a buscar nuevas formas de relación con ellos
mismos, sus pares y sus mujeres?
Es así que me encuentro con el
modelo del psicoanálísis relacional, que según Mitchell (1998, 1993, 1997, 2000),
se basa en la naturaleza biológicamente social, relacional e intersubjetiva del
ser humano, y en el hecho de que, dada la plasticidad del cerebro y esta naturaleza relacional, la mente se forma
por las experiencias de interacción del sujeto, desde el momento de su
nacimiento, con los padres y el entorno social que le rodea.
Este
nuevo paradigma en el psicoanálisis, plantea cambiar los impulsos por los
afectos, y los objetos por los sujetos, como dice Jessica Benjamin: “Donde estaban los objetos han de
devenir los sujetos”
El
enfoque relacional permite la comprensión de la influencia de la cultura en
la conformación de la mente y empata con
el debate y reflexión de las ciencias sociales que se da a conocer en los 70, en
torno a la situación de desventaja social de las mujeres con respecto a los
hombres en diferentes ámbitos de la vida. Este debate ha permitido que en los
últimos años se haya iniciado también un análisis importante acerca de lo que
significa ser “hombre” en la actualidad, en especial, en cómo se construye la
masculinidad en cada cultura.
Los estudios de la masculinidad
muestran que hacerse “hombre” dentro de una sociedad tiene una enorme
influencia por parte de la socialización estereotipada de género, y propone que
la construcción de la masculinidad está influida por los siguientes aspectos:
1. La identidad se construye a
partir de no ser femenino
2. Necesidad de probar la
virilidad
3. Ejercicio del poder a partir
del control
4. Negación de necesidades
emocionales
Cuando
nacemos nos espera algo más que las manos de un médico, nos esperan
expectativas, compromisos, deberes y ciertos roles sociales, según el sexo con
el que se nace (Aguilar y Botello, 1994). En términos de George Mead,
tanto hombres como mujeres se definen como “personas que tienen un proceso de
desarrollo; lo que son no está presente inicialmente en el nacimiento, sino que
surge en el proceso de la experiencia y las actividades sociales” (Mead, 1972).
A partir de la interacción que tiene el niño
desde los primeros gestos y sonrisas con la madre, aprende las actitudes que la
provocan, y sabe cuándo reaccionar de tal o cual manera hacia los otros porque
también ha aprendido sus actitudes; pero, así mismo, los otros han aprendido
las actitudes del pequeño y a reaccionar ante ellas; digamos que desde estos
momentos comienza el dinamismo y el proceso social de influir sobre otros y
luego adoptar sus actitudes (Mead, 1972).
En
este sentido, lo que el niño o la niña perciban de la actitud de sus padres
será lo que él o ella empezarán a percibir de sí mismos. De igual manera, la
actitud que tienen ante él, por ser de un sexo o de otro, moldeará su relación
con los demás y consigo mismo. Daniel Cazés lo explica: “a partir del
nacimiento el cuerpo recibe una significación sexual que lo define como
referencia normativa inmediata para la construcción en cada persona de su
masculinidad o de su feminidad, y como norma permanente en el desenvolvimiento
de su historia personal, que es siempre una historia social” (Cazés, 1993).
A partir del sexo queda establecida la forma
básica en que los sujetos pueden actuar y cumplir sus papeles y funciones
sociales en las diversas fases de su vida cotidiana.
Ante esta diversidad, hombres y mujeres nos
hemos construido en forma distinta en un mismo mundo; según las mujeres
feministas, un mundo patriarcal, de opresión, de diferencia y de abuso de
poder; según nosotros, además, un mundo de responsabilidades y deberes que
aparentemente nos pertenece, y que por ser hombres nos toca cargar, aunque a
veces nos pesa. Entonces nos preguntamos si vale la pena aspirar a ser un
“hombre ideal” o luchar para llegar a vivir como “hombres reales”.
Las mujeres han ido descubriendo paso a paso y
después de muchos tropiezos quiénes son y cómo son. Los hombres nos hemos
quedado rezagados preguntándonos quiénes somos; para saber quién soy me resulta
imprescindible la mirada del otro. Cuando éste cambia, se necesita volver a su
mirada y aceptar la nueva imagen que refleja de nosotros.
Los
varones nos resistimos a aceptar que esa mirada está cambiando, queremos que
siga reflejando la imagen del “hombre ideal”, que no llora, que contiene sus
emociones, fuerte, protector, seguro, estricto, violento, compulsivo sexual,
situación que es insostenible en la actualidad.
Por
esta razón, es importante reflexionar y analizar la construcción de la masculinidad,
partiendo de diversos estudios.
Los estudios sobre la masculinidad.
Autores
como Kaufman afirman que la interiorización de las transformaciones que van
construyendo la masculinidad, incluyendo la sexualidad, se arraigan
inconscientemente antes de los seis años, se refuerzan durante el desarrollo
del niño y estallan indudablemente en la adolescencia (Kaufman, 1986).
Según
Freud (1931) "En la fase del complejo de Edipo normal encontramos un niño
prendado del progenitor del sexo contrario, mientras que en la relación con el
de igual sexo prevalece la hostilidad".
Bleichmar
(2006), argumenta que los hombres tienen que pasar de la rivalidad con el padre
a mociones amorosas y eróticas que debe sublimarse para lograr la
identificación, y propone tres tiempos para la constitución masculina:
1.-
Primer tiempo, se instituye la identidad de género.
2.-
Se establece el descubrimiento de la diferencia anatómica de los sexos
3.-
Definición de las identificaciones secundarias (no sólo es "ser
hombre", sino la clase de hombre que deberá ser).
En el niño coexisten la identificación al
padre en su ruta hacia la construcción de la masculinidad y la des-identificación
con la madre (Greenson en Alizalde, 2006)
Los hombres,
desde niños, tienen que reprimir su feminidad y pasividad al toparse con los
estereotipos de la masculinidad. Es durante la adolescencia, que se evidencia el
dolor y el temor que implican definir su sexualidad a partir de esta represión.
La mayoría de los hombres responden a esto reforzando los bastiones de la
masculinidad (Horowitz, 1986), que soportan a la masculinidad hegemónica.
Esta masculinidad hegemónica, que representa
al “hombre ideal”, “que no se raja”, “que le entra a lo que sea”, “al que no le
va a pasar nada”, ”que se deja llevar por sus impulsos”. Este hombre que
internamente está en la búsqueda de su identidad, que necesita probarse,
arriesgarse, sentir, ya que esto le permite equilibrar sus impulsos con las
exigencias sociales.
Es
importante recordar que otra de las características del “hombre ideal” es su
actividad sexual compulsiva y su falta de compromiso con el acto sexual y
reproductivo, ya que el “hombre ideal” debe tener una vida sexual plena y
satisfactoria, estar dispuesto siempre; por lo tanto, busca reafirmar su hombría
con los propios hombres de su grupo, empezando por su padre, que es el guardián
de la masculinidad.
Esta reafirmación masculina no es un camino sencillo,
según Person (en Alizalde 2009), los
hombres, además de la envidia que sienten por el vientre fértil de las
mujeres, sufren más envidia al pene que la niña, y esto es debido no solo al
temor de ser castrado sino porque se siente inferior al padre para competir con
él respecto a su madre.
Bleichmar
(2006), propone que el camino de la construcción masculina no sólo tiene que
ver con la constitución de la bisexualidad constitutiva, y la represión hacia
la feminidad, sino que está ligada a la búsqueda de apropiación y resolución de
la masculinidad a partir de la incorporación genital de otro hombre que otorga
potencia y virilidad. Agrega que la hipótesis de la identificación masculina en
términos del ejercicio sexual se instituye en la introyección del pene paterno,
que impone el fantasma de la homosexualidad.
Los hombres terminan identificándose con su
opresor, para transformarse ellos mismos en opresores (Kimmel, 1994). La
masculinidad, se confirma teniendo como reflejo opuesto a una feminidad
dominada.
La línea
teórica que ha antecedido a los estudios de las masculinidades ha revelado que
el “rol masculino” implica una serie de expectativas y normatividades eróticas,
que pueden resumirse en varios puntos:
1) Tener relaciones heterosexuales cuanto antes y
tantas como sean posibles.
2) El pene y su uso en la penetración y el orgasmo
como signos inequívocos de hombría.
3) La sexualidad como escenario de competencia
masculina.
4) El sexo sin amor como cosa de hombres.
5) El papel de penetrador como papel activo; pero
también la sexualidad como fuente de angustias identitarias.
6) La sexualidad como expresión de una dominación de
género.
7) La homofobia como estructurante de la sexualidad y
de la identidad masculina.
Algunos autores, entre ellos Kaufman y
Horowitz (1986), han planteado que la tensión interna de la sexualidad
masculina radica entre el placer y el poder. Pareciera que existe en la
sexualidad masculina un placer por el poder, o que se antepone el poder al
placer sexual. Pero valdría la pena preguntarnos sobre el concepto de poder y
si éste es sinónimo de dominio, o si existen otras formas de poder.
Posiblemente
las relaciones de placer y poder sean fenómenos inseparables en una sexualidad
masculina que se ha construido en sociedades como la actual. Al respecto
Horowitz plantea: “no se trata de un simple dualismo de placeres corporales y
poder socialmente construido. La sexualidad no se puede divorciar de los
placeres derivados de las relaciones de poder o, inversamente, las inhibiciones
sensuales a menudo tienen que ver con las relaciones de poder existentes”
(Horowitz, 1986).
El
poder es parte del “hombre ideal”, y perderlo causa dolor, puesto que sus
símbolos son ilusiones infantiles de omnipotencia imposibles de lograr
(Kaufman, 1994). Esto trae como consecuencia el temor, y cuanto más presa sea
del temor, más necesitará el hombre ejercer el poder (Kaufman, 1994). El temor
produce vergüenza, se rechaza y se proyecta en la mujer.
Los
hombres no pueden asumir la pérdida de excitación. Si esto sucede atenta contra
la virilidad, si no “se tiene erección todas las veces” no se es “hombre
ideal”, se convierte en un “hombre real”, aquel que puede estar cansado, que no
tiene deseo o al que se le dificulta algunas veces mantener la erección.
Por esto los hombres tenemos la necesidad de
mantener permanentemente el control en el ejercicio de la sexualidad, tanto el
propio como el de la pareja. El poder es privilegio, da status; perder el poder es perder privilegios y ocasiona dolor, y
el dolor “es asunto de mujeres”.
La actitud hacia la mujer es ambivalente, por
una parte se la devalúa y por otra se la valora, pero sólo en la medida en que
proporciona seguridad —real o fantaseada— al “hombre ideal”.
Según
Peter Blos (1991), los varones tienen una imagen femenina escindida: la mujer
buena y la mala; la buena, “con la que te vas a casar”, la pasiva, la
higiénica, la que permite el control y el ejercicio del poder masculino; la
mala es la promiscua, la que enfrenta las situaciones, la que toma un papel
activo, la sucia, aquella de la que necesitamos cuidarnos.
Esta
escisión que tal vez se proyecta en la mujer, puede representar la escisión que
los hombres internalizan desde la infancia y pasan la vida tratando de
cohesionarla, con el fin de unificar la imagen del “hombre ideal” con la del
“hombre real”.
En
el espacio terapéutico nos encontramos con “hombres reales” que buscan integrar
los mandatos de la masculinidad hegemónica y que esto les produce escisión en
sus vidas y situaciones dolorosas a sí mismos y a las mujeres que les rodean.
El modelo relacional.
Mi experiencia se base en incluir el marco de género y
masculinidades para trabajar dentro del
consultorio con los pacientes varones, y poner en práctica las teorías postmodernas
relacionales.. El espacio intersubjetivo me permite trabajar el aspecto
relacional y crear identificaciones desde el género, que se dificulta desde el
modelo psicoanalítico ortodoxo.
Según Coderch
(2010) el psicoanálisis relacional tiene las siguientes características:
El
abandono de la idea de la mente aislada, y, por el contrario, la concepción del
ser humano como un ente esencialmente social que no puede entenderse de forma
aislada. Para el psicoanálisis relacional, el análisis se centra en el estudio
de la intersubjetividad de dos personas. Ante todo tipo de expresión del
paciente, el analista intenta investigar cómo ha contribuido él /ella a tal
expresión.
La modificación del conocimiento relacional
implícito, a través fundamentalmente de la interacción y la intersubjetividad, puede
ser considerado como el objetivo básico del modelo relacional; la interpretación
y el insigth forman parte de los medios para alcanzar este objetivo.
La relación paciente/terapeuta es
moderadamente asimétrica, pero igualitaria. Esto último significa que a las observaciones,
juicios, puntos de vista, etc., del paciente se les concede el mismo valor que
a los del terapeuta en cuanto a dignos de ser parte integrante del diálogo.
Esta relación paciente/terapeuta,
es también de mutualidad, entendiendo por esta última el reconocimiento
recíproco de la experiencia que comparten y de la mutua influencia que ejercen
el uno sobre el otro. Es
también, una relación fundamentalmente intersubjetiva, en la que cada uno
reconoce la subjetividad del otro y, a la vez, conoce su propia subjetividad a
través del reconocimiento del otro.
Este modelo admite al paciente como un
interlocutor válido, al igual que hacía Freud con sus pacientes. Se juzga que
sólo hay verdadero análisis cuando el analista se halla profunda y
emocionalmente implicado en el proceso terapéutico. La neutralidad en sentido estricto
sería indiferencia ante el paciente. Una de las reglas más importantes es la de
ofrecer la mayor ayuda al paciente.
Para el modelo relacional el silencio es
también una interacción que influye profundamente en el paciente, por ello, los
terapeutas relacionales no suelen guardar largos silencios, porque los
pacientes casi inevitablemente los sienten como prueba de rechazo, de hostilidad,
de manifestación de que lo que están comunicando carece de interés.
En este modelo la situación que
se establece en la relación paciente- analista es la de plena mutualidad, entendiendo
por esta última el reconocimiento de la recíproca influencia que ejercen el uno
sobre el otro.
Jessica Benjamin (2004), como psicoanalista
relacional, plantea que la intersubjetividad es una relación de reconocimiento
mutuo, la persona experimenta al otro como un "sujeto semejante". Este
modelo acepta que existe un sistema de influencia recíproca entre paciente y
analista, y que la auténtica dificultad reside en reconocer que el objeto de
nuestros sentimientos, necesidades, acciones, y pensamientos es en realidad
otro sujeto, un centro a ser equivalente (Benjamin,1995).
El psicoanálisis relacional se encuentra muy
vinculado con la neurociencía cognitiva, tanto para lo que concierne a la
teoría, como en lo que afecta a la práctica. Busca una investigación empática y
también recoge todas las contribuciones de las disciplinas afines que puedan
ser de ayuda.
El trabajo con los hombres en el consultorio.
Desde
este modelo relacional y en conjunto con las perspectivas teóricas de los
estudios de la masculinidad, se acompaña a los hombres, en el espacio
terapéutico, en la búsqueda y análisis de aquellas cuestiones inconscientes que se pueden
comprender desde la relación con los demás en una cultura determinada.
Algunos puntos que estoy revisado con mis pacientes
son:
- Reconocimiento de los núcleos femeninos, y la
aceptación de su internalización, con la idea de identificar semejanzas y
diferencias con las mujeres.
- Analizar la relación con la madre para tratar de
romper con la escisión de la figura femenina.
- Descubrimiento de
la homosexualidad como parte
de su construcción masculina, lograr la sublimación de la misma y disminuir
la homofobia.
- Apoyar la búsqueda de identidad en la relación con
el padre, cuestionar la identificación con la parte agresiva del padre y la retaliación con la herencia
de la masculinidad hegemónica.
- Analizar la imagen corporal, y su impacto sobre sí
mismos, otros hombres y las mujeres que están en su alrededor.
- Cuestionar las envidias masculinas, con mujeres y
con hombres para desarrollar mejores relaciones amorosas y eróticas.
- Replanteamiento de la sexualidad, no sólo desde
las relaciones de poder exclusivamente, sino también desde la ternura, la
capacidad de entrega y de compromiso. Descubrir que atrás de un síntoma sexual
existe un afecto que no encuentra salida.
- Aceptar la parte pasiva masculina, que permita
complementar la parte activa de las mujeres y de otros hombres. Construir
una intimidad y mutualidad sexuales.
- Reconocer sus miedos y aceptarlos para saber cómo
enfrentarlos, sin proyectarlos y disminuir la agresión.
- Comprender que el rol de proveedor disminuye las
ansiedades de desempeño en otras áreas sobre todo la manifestación de los
afectos. Verbalizar los afectos positivos, con el fin de hacer una negociación
verbal explícita, construir intimidad y un espacio de terceridad.
Para finalizar.
Como
terapeuta hombre, creo que en el espacio analítico se encuentran dos
subjetividades, construidas de una forma hegemónica y con sus particularidades
históricas. Este proceso terapéutico nos integra a dos sujetos, no sólo es un
espacio ligado a analizar la mente del
analizado, sino un espacio democrático con experiencias y crecimiento mutuos.
En un espacio de asimetría pero con mutualidad. Con una oportunidad de manejar
la transferencia que permita el análisis presente “aquí y ahora” sin olvidar el
pasado “allá y entonces”, con la posibilidad de construir el futuro.
Es necesario que el espacio terapéutico promueva
enfrentar nuestra realidad, que hagamos consciente la transición para asumir
nuestro papel de “hombres reales”, es decir, aquellos “que sienten, dudan, son
afectivos, tiernos, con miedos y conscientes de sus necesidades” y dejar de
luchar incansablemente por ser el “hombre ideal” para cumplir con la
masculinidad hegemónica.
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Muy buen artículo Dr. Aguilar, muy claro y enriquecedor.
ResponderEliminarEn la clínica cada vez recibo más pacientes hombres y justo me estaba cuestionando ¿desde qué mirada se les puede ayudar? ¿Cómo romper esos ideales y ayudarles a ver desde otra perspectiva su posición frente al mundo?.