Paulina Reyes Ferreira
“Es estupendo estar escondido, pero
desastroso no ser descubierto”.
“A mis pacientes que pagaron por enseñarme”
D.W.
Winnicott
Desde la formación profesional como psicoterapeuta
psicoanalítica se me presentaban cuestionamientos sobre las técnicas adecuadas
a tomar en cuenta para una buena conducción dentro del setting analítico.
Estos cuestionamientos
estaban principalmente dirigidos a lo que el analista debía hacer durante las sesiones;
se me hablaba de la asociación libre del paciente y de la escucha
flotante para una “adecuada interpretación”. Es entonces que mi labor se
dirigía a estar atenta al paciente que al llegar a sesión colocaba en mí una
posible solución a su sufrimiento psíquico, pero hubo un tiempo en que todo
cambió. El espacio físico en el que se desarrollaba el setting analítico debía
modificarse y desaparecer por tiempo indefinido.
Así como película de ciencia ficción, una
mañana desperté con la noticia de que se tendría que modificar la rutina a la
que ya estaba acostumbrada y que me hacía sentir cómoda y segura (¡Qué maravilloso era fantasear sobre la posibilidad
de anticipar lo que sucedería!).
Y
entonces surgieron más dudas: las
instrucciones por parte de las autoridades sanitarias fueron evitar el contacto
físico y aumentar la distancia, iniciar el aislamiento, evitar tocar, hablar,
toser, estornudar, lavarse las manos, desinfectar, rociar con cloro los zapatos,
etc. Desde entonces ha sido realmente abrumador el bombardeo de instrucciones
dadas para evitar el contagio y la presencia física de los otros se manifestó
como una amenaza.
Ante la indudable necesidad de acatar las
instrucciones de las autoridades sanitarias, se modificó el espacio analítico e
inició una nueva manera de contactarme con mis analizados, esta vez por medio
de la comunicación virtual como medida para permanecer. Es entonces que nuevas
dudas emergen: ¿Cuál será el medio más
adecuado: videollamada, llamada, mensajes?
(¿Cartas, al estilo de la época en que vivía Freud?) ¿Cuál lugar dentro de casa
será el más adecuado? Y en esta última pregunta se encontraban las necesidades
de que fuera un lugar privado, en el que pudiéramos estar de nuevo mi analizado
y yo, sin que el ruido de fuera nos distrajera y llamara la atención, ni mi
pensamiento. Estando los tres, el analizado, la analista y el tercero
analítico, así como ya lo habíamos vivido.
Cuando al fin logré terminar la tarea de
adaptar un espacio que cumpliera con los requisitos anteriormente descritos,
las dudas de nuevo me invadieron. ¿Qué pasa
si no acepta seguir, qué pasa si ahora pierdo a mi paciente cuando más lo
necesita (¿o lo necesitamos?) Esta
última pregunta me invade al pensar en una paciente con la que justo estábamos
asomándonos a sus pérdidas y abandonos más grandes.
Indudablemente no continuó en la psicoterapia,
no había podido tener un espacio y no sólo
hablo de un espacio analítico, sino de un espacio físico. Las cuatro paredes del consultorio,
significaban el único lugar en donde podía estar, en donde podía ser escuchada
por otro que la contuviera y no la juzgara como comúnmente sentía que su
familia lo hacía. Nos despedimos con un “hasta
luego” y con su promesa de regresar a su espacio cuando podamos vernos y
sentirnos de nuevo. La comunicación virtual estaba siendo obligatoria e impuesta,
pero la posibilidad de dejar ese espacio siempre había sido suya. La
psicoterapia había hecho lo suyo, había podido decidir.
El miedo a las pérdidas continuaba, el miedo
ya estaba ahí pero definitivamente ahora era innegable, la espera lo hizo más
grande, la incertidumbre subió su volumen hasta hacerlo audible. Surgía en mí
la esperanza de ver a mis pacientes, era mi anhelo poder seguir con cada uno y
de saberlos bien.
Las pocas o más bien nulas posibilidades de
poder hacer algo frente a lo que no vemos, lo que no conocemos, lo que no pasa
por ninguno de nuestros sentidos, lo que ni siquiera sabemos si existe o no,
pero que genera muerte, acentúa esta sensación de impotencia, de enojo y una
vez más de MIEDO. Y es necesario ponerlo en mayúsculas por la imposibilidad de
negarle. Los vacíos se hicieron presentes, se representaron en los estantes de
los centros comerciales que provocaban más compras de papel higiénico y de
productos enlatados y no perecederos. La lucha por sobrevivir inició.
Una vez que el espacio físico estaba listo, la
aventura de la psicoterapia virtual comenzó. Pacientes hablando del virus, de
la enfermedad, preguntando sobre mi estado de salud, especialmente porque saben
que trabajo en un hospital, si continuaba asistiendo al trabajo, si había visto
pacientes infectados, si todo afuera continuaba igual o más bien era un
caos. Durante una videollamada mi hijo
de 5 años tocó a la puerta fuertemente varias veces gritándome “¡mamá!”, entonces la reacción
de sorpresa de mi paciente fue inmediata, las preguntas sobre mi intimidad
siguieron: “¿Eres madre? Y se escucha pequeño… ¿Cuántos años tiene? “
Fue entonces que entendí que el lugar del
analista neutral y abstinente estaba en riesgo. Entendiendo a la neutralidad
del psicoterapeuta como la razonable ausencia de estímulos en el lugar del
tratamiento y que se encamina a mantener el llamado principio o regla de
abstinencia.
¿Era necesario interpretarles a mis pacientes
sobre sus fantasías de contagio, cuando me preguntaban sobre mi salud o mi
estado actual? ¿Es momento de interpretar?
En videollamada me han permitido entrar a sus
espacios, me han mostrado sus tesoros más preciados, desde un cuadro romántico
que fue regalado en un aniversario, sus mascotas, bodegas, sus recámaras, en
fin, espacios tan íntimos como sus pensamientos y fantasías. Pero entonces
ellos también han entrado en el mío, por lo que se me presenta insostenible la
figura del analista sin historia, sin realidad.
¿Qué no es acaso la labor del analista presentarle al paciente la
posibilidad de sostener la realidad, de tolerar lo intolerable? ¿Cómo sostener lo
que no se habla? ¿Cómo hacerlo si el analista niega su propia existencia en la
relación analítica? ¿Cómo hacerlo si el propio analista se encuentra
angustiado?
¿Acaso la humanidad del analista da la
posibilidad al paciente de realmente sentirse en escucha?
¿Existe un método para el caos que presenta la
locura? ¿Existe alguna contraparte psicoanalítica matemática que pueda usarse
para comprender este método? ¿Los analistas somos inmunes al dolor, al miedo, a
la sensación de incertidumbre?
El aislamiento impuesto ha generado diversas
fantasías en mis pacientes, entre ellas la
sensación de castigo pues se conoce desde muy pequeños que cuando se juega a
policías y ladrones, el ladrón debe ser privado de la libertad e ir a la
cárcel. Así mismo en la realidad adulta los que actúan en contra de las leyes
son castigados con el encierro.
Se han abierto angustias de abandono, miedo a
la propia muerte y de los familiares o seres queridos, grandes duelos; los
mecanismos obsesivos han sido una manera de poder sostener y lidiar con la
realidad fantaseando con la posibilidad de tener un poco de control ante el
caos.
Hablar de caos y locura para el analista es
algo inevitable y hasta apasionante; sin embargo, esta vez parece ser distinto
pues ahora estamos dentro de esta situación, analizado y analista. El caos de
la realidad del paciente también es nuestro caos, estamos compartiendo una
realidad. Si bien cada uno tiene su propia historia y su mundo interno que nos
brinda la individualidad, la realidad actual nos vincula y nos hace sentir
acompañados.
Es a partir del vínculo que el analizado puede
alimentarse y dar la posibilidad de mostrar que a pesar de la distancia física
se está ahí y se sigue ahí. ¿Pero qué
hacer ante el nuevo espacio analítico?
Mantener la relación con el analizado parece
ser un reto en un momento en donde el distanciamiento se presenta como una
estrategia de cuidado y supervivencia. Las sesiones han tenido sus
características especiales que hacen replantearme la figura del analista sobre todo
en la relación analítica.
En las sesiones, los analizados y los
analistas nos enfrentamos a lo nuevo, ambos estamos descubriendo este espacio
virtual que nos permite reunirnos; surge la
frustración en el analizado y en el analista cuando,
al llevar la sesión, la imagen se congela o el audio no nos permite
escucharnos bien. Una vez más nos enfrentamos a la incertidumbre.
Ante una mente incapaz de procesar
experiencias emocionales, de procesar la ansiedad, de tolerar el sufrimiento,
el analista es la mente que le brinda al analizado la capacidad de tolerar la
frustración, la inseguridad y la desprotección.
¿Y entonces cuál es la demanda del analizado
en estos tiempos? Parece que desea ser pensado y escuchado casi tanto como el
analista lo desea, guarda la esperanza de que exista otro que pueda sentirle e
intuir sobre lo que ha experimentado cuando ambos se sumergen en sus ideas,
deseos y fantasías. ¿Qué sería de nuestros pacientes sin un analista que no ha
experimentado dolor, angustia, sufrimiento, esperanza y amor?
Uno de los momentos de mayor vulnerabilidad se
da mientras dormimos, es por eso que la madre arrulla entre sus brazos a su
hijo pequeño, le habla y lo envuelve con su cuerpo brindándole la confianza de
que estará ahí para cuidar de su sueño, tal como puede suceder en la relación
analítica en donde el paciente anhela tener la confianza ante la gran
vulnerabilidad que está sintiendo. Es sólo
así que puede emerger la esperanza de vida frente al dolor.
El analista espera la llegada del paciente a
la sala del analista, este espacio que es construido como un cuerpo que gestará
y contendrá la estructura del paciente; ese espacio que será tierra fértil para
ese tercero analítico que es construido como un cuerpo que gesta y nutre, que
permite facilitar un estado mental, experimentado, elaborado y usado para la
relación analista-analizado, con el más grande fin que es la reconstrucción de
sí y de su historia.
El ambiente especifico, constante y seguro
dará la posibilidad de que la realidad interna del paciente esté permeable para
un contacto con la realidad externa, pero esto parece haber sido transgredido y
adaptado ahora por una pantalla que no permite representar la existencia del
cuerpo.
El
cuerpo del setting que alimenta privado de cualquier alimento que no sea
simbólico, digiere, mira y escucha, recuerda, abraza y embala, encarnado sin
carne, juega en ese espacio, el inter-juego de revêries donde se encuentra el
arte del psicoanálisis. Para que este campo onírico, analítico e intersubjetivo
pueda suceder es preciso de un contexto de realidad como es la sala de un
consultorio psicoanalítico, un diván, un paciente o un grupo, un analista, una
experiencia que se da rodeada de realidad concreta. (Prizant, 2016).
Entonces ¿Cuál es o será este ambiente que
posibilitará la realidad externa, si esa realidad actualmente es más bien un
medio virtual?
La mirada es el elemento esencial y primordial
en la nueva interacción analítica, pues a través de un medio virtual no se
asegura la presencia del otro. La mirada permite el encuentro y sostiene la
relación como objetivo primordial, una relación de complicidad, de intercambio
y de reciprocidad.
Referencias
Prizant, Evelyn. Federación Psicoanalítica de
América Latina septiembre 13 al 17 de 2016 Cartagena, Colombia en http://www.fepal.org/wp-content/uploads/343-esp.pd
Freeth M, Foulsham T,
Kingstone A (2013) What Affects Social Attention? Social Presence, Eye Contact
and Autistic Traits. PLoS ONE 8(1): e53286.
Jiménez, Juan Pablo El vínculo, las
intervenciones técnicas y el cambio terapéutico en terapia psicoanalítica en https://www.aperturas.org/articulo.php?articulo=1049
Gutierrez
G, Avila. La psicoterapia psicoanalítica, elementos conceptuales y modelos de
su proceso en
www.psicoterapiarelacional.es/Portals/0/Documentacion/AAvila/Avila_Gutierrez_1995_La%20Psicoterapia%20Psicoanalitica_BP46.pdf?ver=2012-02-26-201952-177