martes, 17 de diciembre de 2019

Las formas de la violencia simbólica en la comunicación mediática: Una perspectiva psicoanalítica relacional




                                                                                                                               Roberto Vargas Arreola

El presente ensayo tiene el objetivo de analizar la construcción mediática del poder como un eje estratégico que permita sensibilizar sobre las formas simbólicas de la violencia, desde los estudios del psicoanálisis relacional. Este propósito surge a partir de enlazar diferentes supuestos derivados de investigaciones que se sustentarán en este trabajo, entre ellas: 1) El despliegue de contenidos informativos y de comunicación tienen como base intereses económicos y políticos, y distan significativamente de la búsqueda de un bienestar social o colectivo; 2) Los medios de comunicación e información son promotores de violencia simbólica al construir representaciones imaginarias de poder mediático en donde se injertan ideas y creencias que conllevan a la cosificación y explotación del individuo y 3) Las estrategias del marketing social no tienen impacto en la sensibilización sobre el ejercicio de la violencia simbólica, si bien algunas estrategias pueden estar orientadas hacia la prevención y el tratamiento de la violencia física o directa, ninguna campaña, plática, rueda de prensa o actividad social tiene implicaciones directas en la sensibilización sobre la violencia simbólica.

Con base en estos tres postulados se sustenta que el análisis de la construcción imaginaria del poder puede conllevar al desarrollo de estrategias para sensibilizar sobre el uso de la violencia simbólica, supuesto que se buscará sustentar. Una mirada psicoanalítica relacional nos puede ser útil para apuntalar nuestras intenciones. El psicoanálisis relacional privilegia la interacción como motor de cambio psíquico y social, a través de sus premisas le interesa el estudio de la intersubjetividad y de los entramados que se establecen cuando dos o más personas se unen para pensar y hacer vínculo.

En el primer apartado del trabajo se explicarán los supuestos con los que parte esta investigación; en la segunda parte del mismo, se buscará hacer una aproximación a los movimientos mediáticos que han surgido en contrasentido de la lógica mercantil y en el tercer y último apartado se desarrollará un eje estratégico en la comunicación de medios para sensibilizar sobre los usos de la violencia simbólica.

Los contenidos informativos y de comunicación
Es paradójico que, si bien las nuevas tecnologías de la información y la comunicación han facilitado el acceso a la educación, a la cultura y el arte, no han generado mayor creatividad, mayor crítica, mayor conciencia del entorno ni ha disminuido la brecha educativa o las desigualdades sociales (González y Rodríguez, 2014). En opinión de estos autores, no se ha seguido una lógica diferente a la lógica de la mercantilización, se sigue buscando el beneficio personal, en búsqueda de gratificar necesidades narcisistas, y la concentración del poder en los medios está aniquilando la diversidad y la creatividad.  Algunos autores (Carbonell, 2013; Loreti y Lozano, 2014; González y Rodríguez, 2014) coinciden en que las redes de comunicación multimedia adquieren mayor valor económico y mercantil, en comparación con su valor social. De esta manera, el ciudadano actual se enfrenta al empoderamiento y monopolización de las redes mediáticas, con una posibilidad de acción reducida.
Para ejemplificar el tema, Valle (2014) refiere que el desarrollo de las nuevas tecnologías y los medios de comunicación está en manos de alrededor de diez corporaciones internacionales, producto de la fusión de varias empresas. Así, el mercado de los programas de televisión, música, libros, videos, DVD y películas está posicionado en 90 por ciento de estas compañías. Mientras más sofisticados son los medios tecnológicos, más jerárquico y autoritario se convierte el sistema de control, en detrimento de su aspecto democrático. Por otro lado, si bien estos medios se han expandido en diferentes sectores de la sociedad, con la posibilidad de acceder y compartir información a través de las redes sociales, sigue estando presente la brecha entre ricos y pobres, por lo que muchas personas aún no tienen acceso a estos medios.

Loreti y Lozano (2014) señalan que las problemáticas de los medios de comunicación, en torno a la libertad de expresión, han ocupado un lugar importante en la agenda pública y ha generado vibrantes debates en la opinión de los ciudadanos. Refieren que la función del periodista y de los medios de comunicación es adoptar un código ético que proteja el derecho a la libertad de expresión, así como la garantía de transparencia en la información, es decir, informar con la mayor veracidad y objetividad posible, así como educar a una sociedad que se encuentra inmersa entre una infinidad de contenidos informativos (Avilés, 2013). Sin embargo, no debemos olvidar que en el mundo contemporáneo comulgan diversas posturas sobre temáticas diversas, diferentes miradas que presentan coincidencias o discrepancias frente a un fenómeno, por lo que la veracidad y la objetividad serían ilusiones o ideales ante una realidad multiforme, dinámica y compleja. El intento de concentrar el poder en una idea deriva en un adoctrinamiento que está en contrasentido con la apertura a la diversidad y el respeto a la democracia participativa.

Si los individuos y los grupos participáramos más en la construcción de la realidad social y tuviéramos la oportunidad de mediatizar nuestras ideas, podríamos retratar la densidad y complejidad de nuestras sociedades, de nuestros grupos y de nuestra subjetividad, algo que nos permita reapropiarnos de las complejidades del self y no vivir adoptando realidades imaginarias tan distantes y desvirtuadas, tan huecas y cosificadas, tan aparentes y superficiales.

La promoción de la violencia en los medios de comunicación
La violencia está presente en los medios de comunicación e información. No me refiero solamente a la violencia de la prensa amarillista, ni a los hechos violentos como asesinatos, torturas o violaciones a la ley que son retratadas por los medios. Me refiero a la ideología que cimbra en los discursos del poder mediático, en donde se construyen de manera imaginaria estatutos de poder a través de la riqueza, la belleza, la inmediatez, la omnipotencia, ideales varios que distan significativamente de lo propiamente humano.

Algunos autores (Abramovay y Pinheiro, 2015; Finol y Hernández, 2015; Prieto, 2013) han diferenciado una violencia física, entendida como la intervención de un individuo o grupo contra la integridad de otro individuo, grupo o contra sí mismo; de una violencia simbólica referida al abuso de poder en donde se imponen símbolos de autoridad como la violencia institucional, la discriminación, la marginación y las prácticas coercitivas. Se considera que desde los marcos culturales e ideológicos se reproducen realidades que, para obtener sus fines de comercialización y sustentadas en grandes estrategias de marketing, colocan al individuo como centro del universo, sin preocupaciones, sin agobios, sin faltas, sin tiempo ni finitud y en una imagen de completud aparente.

Se considera también que la reproducción de estas imágenes tiene serias secuelas en la conformación de la realidad y la construcción del self en la contemporaneidad, se tolera muy poco la frustración y la demora, existen diversas fuentes de evasión frente a la realidad, severos aislamientos o confusiones de identidad, descolocación  y sustitución de realidades por otras más amigables, redes narcisistas en donde el individuo no escapa de su imagen, desinterés e indiferencia por el prójimo, sentimientos de vacío existencial y normalización de la violencia.

La violencia, en opinión de Finol y Hernández (2015), se ha hecho imagen y en la imagen se ha hecho espectáculo, impactando en la relación social. Para los autores, el espectáculo no es un conjunto de imágenes, sino una relación social mediada por imágenes, las cuales al universalizarse, multiplicarse y proliferarse dan lugar a un exceso de representación y un acoso de la realidad (Debord en Finol y Hernández, 2015). Prieto (2013) refiere: “nos estamos convirtiendo en siervos o esclavos de la imagen o, lo que es lo mismo, de la dimensión más aparente y superficial de las cosas” (párr. 1).
La sociedad del espectáculo, para Finol y Hernández (2015), involucra tanto tendencias exhibicionistas como voyeristas; lugares intercambiables que desde la violencia simbólica implican los roles dominado-dominador. Así, la violencia simbólica se define como la coerción que el dominado naturaliza hacia el dominador y por la cual no puede pensar en otra forma de relación consigo mismo y con el otro. Los autores consideran que la sociedad del espectáculo deriva en la inserción de mecanismos de violencia simbólica, que se vuelven naturales e inevitables. El exceso de visibilidad cosifica al cuerpo y lo convierte en mercancía y fetiche, conllevando a una sociedad de indiferencia e indolencia frente al sufrimiento ajeno, que al exponer todo en exceso y hacerlo visible, lo entrega al desnudo, para ser devorado de inmediato. Hernández (2013) refiere:

Alrededor de la violencia se ha codificado una narrativa concentrada en su espectacularización, en la que la muerte deja de tener (o pierde) su carácter destructivo para agudizar un sentimiento de libertad y goce a partir del sufrimiento del otro, lo cual reafirma una subjetividad individual que naturaliza ese dolor desde la postura de espectador (párr. 24).

Una muestra de ello es el contraste en la imagen urbana de ciudades plagadas por la violencia como el caso de Monterrey, México. Al respecto Prieto (2013) plantea que, por un lado, la imagen urbana de la ciudad está encaminada a enaltecer su estética como forma de seducción a los ciudadanos y turistas y, por otro lado, retrata una sociedad matizada por el espectáculo de imágenes violentas ligadas al crimen organizado y el narcotráfico. Desde la perspectiva del autor, la violencia tiene la capacidad de generar imágenes espectaculares que entran en competencia o conflicto con los macroproyectos de las grandes urbes (Prieto, 2013).

La violencia simbólica nos lacera y nos sofoca, nos sitúa frente a las heridas de un ciudadano y de su ciudad, de su hábitat o su ecosistema. Nos sitúa frente a las grandes dificultades para establecer relaciones sociales basadas en la solidaridad, el respeto, el apoyo mutuo, la cooperación y el bienestar colectivo. Los códigos, en su mayoría indescifrables, de la violencia simbólica, conllevan a la reproducción de acciones violentas como una imagen en espejo en donde se representan abusos de poder, de corrupción, de uso y explotación de las personas, a favor de intereses económicos y políticos. Esta realidad de la violencia es sustituida por una realidad estética, seductora, complaciente, tentadora y placentera, que los medios de comunicación e información imponen como formas para tramitar angustias y ansiedades, y conducir al consumo.

Las secuelas de esta fabricación de realidades son que frente a una saturación de estímulos, imágenes y contenidos informativos, existen bloqueos importantes que nos desvinculan con el otro y desintegran los tejidos sociales de las relaciones, nos obligan a mirar nuestra imagen y compararla con los modelos instaurados en la sociedad del consumo, tal como Finol y Hernández (2015) refieren en torno a la selfie, autoimagen que circula en las redes y que promueve que el individuo se sitúe en un lugar privilegiado en función de la atención que se recibe en las redes sociales y el neonarcisismo, en donde el cuerpo es contemplado, exhibido y cotejado con modelos socialmente impuestos.

La fuerza de la violencia simbólica no discrimina identidades, sectores sociales, ámbitos, contextos, regulaciones, prohibiciones ni mesuras. La violencia simbólica no tiene un origen o un destino determinado, su marca está inscrita en el individuo, la familia, los grupos, las sociedades, la comunidad global y sus raíces pueden abarcar diferentes anclajes de relación; en otras palabras, no se pueden determinar sus primeros brotes o erupciones, ni tampoco delimitar sus zonas de proliferación o dominio.

¿Se puede plantear que existe mayor vulnerabilidad a la violencia simbólica en ciertos individuos o grupos? Se considera que no. Si bien, ciertas condiciones de vida como la precariedad de los servicios públicos, el ocio, la falta de oportunidades de educación y empleo y las restricciones en la movilidad social pueden acentuar el grado de violencia física (Abramovay y Pinheiro, 2015), se sostiene que todos los sujetos que estamos inmersos en esta aldea global, padecemos de maneras directas o indirectas los efectos de la violencia simbólica; en otras palabras, somos sensibles, de diversas maneras, a la imposición de ideas, discursos, creencias, dogmas, que repercuten en el uso y la explotación de los individuos y los grupos.

Movimientos contestatarios a la lógica mercantilista en los medios
Vivimos en una época de inmediatez, en un tiempo comprimido. En nuestros días es difícil desglosar y analizar los mensajes mediáticos, los cuales se condensan unos con otros, dando lugar a que en estados de irreflexión, nos convirtamos en autómatas al servicio del consumo: “Las tecnologías de la información han provocado una aceleración sin precedentes de la percepción del tiempo, con profundas consecuencias sobre los procesos de producción y consumo, la organización del trabajo, o el propio pensamiento y los estilos de vida” (Barranquero, 2013, párr. 1). Así, frente a la aglutinación de canales comunicativos e informativos, nos encontramos enredados y confundidos frente a un entorno que nos impone modelos de aparente satisfacción personal a través del consumo de un producto o servicio. Estas lógicas de mercantilización, además, prometen modos instantáneos de satisfacción en donde la promesa es aliviar las tensiones y angustias de vivir ante escenarios sociales inestables, inciertos, cambiantes e inseguros.

Barranquero (2013) señala que en el tiempo actual se le brinda culto a la velocidad a través de la búsqueda insaciable de ganar tiempo o perder el menor tiempo posible, de esta manera no se respetan los tiempos personales o la noción del tiempo subjetivo. Las consecuencias son graves ya que han incrementado los índices de estrés, ansiedad, desgaste laboral y déficit de atención. Frente a este panorama de incertidumbre, el movimiento slow media, mismo que el autor estudia y desarrolla, propone controlar los ritmos de vida más allá de la eficiencia temporal, se propone buscar la mesura, el tiempo justo, la reconexión con el medio ambiente y los vínculos cooperativos y solidarios. Además, cuestiona la producción y el consumo torrencial de información a través de soportes, formatos y prácticas que privilegian la brevedad, la simplificación, la descontextualización y la fragmentación de la información, por encima de su calidad.

Así como este movimiento se ha situado a contracorriente de las tendencias sociales actuales y la monopolización de los medios tecnológicos y de comunicación, han habido enfoques por parte de la Comunicación para el Desarrollo y el Cambio Social (CDCS), para buscar la mejora y el bienestar de los individuos y las poblaciones en materia de derechos humanos, justicia social y respeto al medio ambiente (Angel y Barranquero, 2016), destacando entre ellos la comunicación para el desarrollo, la comunicación para el cambio social, la comunicación participativa, la comunicación alternativa, la comunicación popular, folkcomunicación, movimientos sociales y TIC (tecnologías de la información y la comunicación), el buen vivir, la dialogicidad y la performatividad.

Sin embargo, en materia de marketing social, las estrategias derivadas de la mercadotecnia, tales como charlas, campañas, ruedas de prensa y actividades sociales para incidir en problemas de salud pública, derechos humanos, medio ambiente, desarrollo comunitario y otros (Fernández et.al., 2017), están situadas en el plano de la comunicación interpersonal y no mediática. Desde estas estrategias se busca la mejora a través del involucramiento y la participación ciudadana en un ideal de equidad y democracia, cuando desde los medios, se siguen reproduciendo ejercicios de poder ajenos a los intereses de la ciudadanía, que retratan mínimamente las problemáticas sociales que viven y que no son empáticos con las necesidades que presentan.

El marketing social, desde un punto de vista personal, no ha alcanzado a cuestionar la cosificación y mercantilización del sujeto derivada de la violencia simbólica, especialmente aquella emitida por parte de los medios de información y comunicación. Si bien entre sus estrategias, aplican técnicas de la mercadotecnia para la implementación, análisis y evaluación de programas que buscan promover la aceptación, modificación, rechazo o abandono de comportamientos voluntarios encaminados al bienestar (Fernández, et.al., 2017), no ejercen una autocrítica frente a las secuelas que las mismas estrategias mediáticas imponen en los individuos. La indiferencia y la normalización de la violencia fungen como defensas o escudos para no contactar con lo terrible y lo horroroso del drama citadino ya que, como refiere Hernández (2013), en países como México, Venezuela, El Salvador y Brasil, el número de asesinatos incrementa cada año, por lo que estas sociedades ya no son solo sospechosas, sino cómplices de la violencia.

Construcción de un eje estratégico para sensibilizar sobre el uso de la violencia simbólica
Con base en los enunciados anteriormente desarrollados, se sostiene el supuesto de que la deconstrucción del poder que se reproduce en los medios puede ser un eje estratégico que permita sensibilizar a los individuos y a los grupos sobre el uso de la violencia simbólica. En opinión de Valle (2014), la monopolización de los medios de comunicación ha tenido tres principales efectos: 1) Refuerza la despolitización de la gente, los conglomerados de medios “no tienen nada para decir, pero mucho para vender” (Gerbner en Valle, 2014, párr. 10); 2) Desmoralizan a la población convenciéndola de que es inútil la esperanza de cambio; y 3) Producen realidades paradójicas que repercuten en desigualdades sociales: “se verifica un mayor y creciente acceso a la recepción de medios y, al mismo tiempo, los medios están cada vez en menos manos” (Valle, 2014, párr. 10).

El poder en el imaginario colectivo actual remite a una ficción, a una trampa y a una falsedad que tiene como propósito investir ideas de éxito, riqueza y fama que son solo aparentes y que esconden la brutalidad de la violencia y el desgarramiento de la indiferencia y el vacío; si en lugar de seguir reproduciendo estas imágenes, se deconstruyera el poder mediático a partir del diseño de nuevas narrativas, guiones y escenas con símbolos más humanos y éticos, con liderazgos efectivos y solidarios como representantes de ideales, con discursos apegados a la crisis humanitaria que vivimos, con la representación de la democracia a través de propuesta clave, podríamos incidir en la sensibilización sobre el uso de la violencia simbólica. El poder de la imagen es innegable y no es mi propósito desacreditarla, sin embargo la construcción imaginaria que se muestra en los medios es tan distinta de lo que experimenta el ciudadano común hoy en día, tan distintas son sus necesidades, que el propósito de la comunicación mediática se ha orientado a solo fines mercantilistas y no de sensibilización.

Desde una lógica social, la mercadotecnia podría participar en resaltar la fuerza de la fraternidad y no el realce de un individuo; desarrollar el capital social que no es propiedad de un individuo ni de una institución, sino que surge en las relaciones cooperativas entre los actores (Abramovay y Pinheiro, 2015); fomentar la equidad entre hombres y mujeres; la integración de los grupos minoritarios, la justicia, la igualdad de derechos; sensibilizar sobre la intolerancia, el autoritarismo, los dogmas, el fanatismo, la concentración del poder, la búsqueda insaciable de riqueza, las desigualdades sociales. Podría en función de su giro comercial, promover hábitos sanitarios, de alimentación, de comunicación, de aprendizaje, de manejo emocional más adecuados; sensibilizar sobre el ecocidio o la destrucción del medio ambiente por la mano del hombre, propiciar discusiones sobre aspectos éticos y de salud mental; fomentar el deporte, el arte y la investigación a través de actitudes críticas, analíticas y creativas.

Cada vez existe más exigencia y demanda a las corporaciones y a las organizaciones actuales para que contribuyan de manera activa y voluntaria en la mejora del entorno, es decir para que adquieran mayor responsabilidad social. Desde este ángulo, el marketing social podría incidir para que, por cada anuncio publicitario que esté diseñado para el consumo de un producto o servicio, se diseñe uno análogo cuyo fin sea sensibilizar sobre algún aspecto ideológico o cultural que esté implicando algún uso de la violencia simbólica y que repercuta en mayor sensación de bienestar social y colectivo.

Tendremos que ser críticos con la reproducción de realidades ficticias y artificiales que nos venden los medios de comunicación e información, y ser contestatarios para ofrecer formas distintas (más humanas y más solidarias) de responder a las angustias y ansiedades contemporáneas. González y Rodríguez (2014) proponen, a través de sus críticas y estrategias, crear una comunidad digital crítica que discierna entre la infinidad de información y comunicación que existe en los medios, una sociedad de mentes ideando y creando sobre los problemas que sobrevienen en su sociedad. Si el futuro ya no puede ser pensado sin el uso de la ciencia y la tecnología, más vale que esté al servicio de nuestra supervivencia y, paradójicamente a los estatutos y premisas posmodernos que enaltecen el valor del individuo, la oportunidad de sobrevivir emana de las interacciones, la participación colectiva y la construcción de tejido social, premisas que son apuntalados por el psicoanálisis relacional.

REFERENCIAS
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Angel, A., & Barranquero, A. (2016). Mapa de objetos y perspectivas en comunicación, desarrollo y cambio social. Universitas Humanistica, 81(81), 91–118. Recuperado de: https://doi.org/10.11144/Javeriana.Uh81.mopc
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Finol, J. E., & Hernández, J. A. (2015). Sociedad del espectáculo y violencia simbólica: las nuevas formas de la violencia en el discurso mediático. Espacio Abierto. Cuaderno Venezolano de Sociología, 24(2), 349–369. Recuperado de: http://search.ebscohost.com/login.aspx?direct=true&db=zbh&AN=109951992&lang=es&site=ehost-live
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