martes, 19 de febrero de 2019

El arte de la autorrevelación

Amalia Rivera

El presente ensayo no lleva como propósito fundamental discutir el valor científico del Psicoanálisis, tema que no ha dejado de ser una de las preocupaciones principales de muchos analistas y para quienes toda propuesta que se aleje del esquema clásico, no constituye un planteamiento serio o confiable. Continuar investigando en Psicoanálisis debe ser un objetivo central a fin de someter a experimentación muchas de nuestras proposiciones y dar mayor solidez a la teoría psicoanalítica. Sin embargo, el hecho de que gran parte de nuestros objetos de estudio pertenezcan al mundo subjetivo, también nos obliga a darle un lugar preponderante al uso de estrategias de intervención que todavía carecen de respaldo empírico en la práctica terapéutica, pero su empleo puede ser sustentado por un marco teórico consistente, experiencia y formación clínica, así como trabajo personal. 

Desde sus inicios, la teoría psicoanalítica ha sufrido numerosos cambios, tanto a nivel teórico como práctico. Algunos conceptos teóricos propuestos por Freud han sido ampliados y enriquecidos por psicoanalistas contemporáneos, mientras que otras conceptualizaciones son discutidas e incluso han llegado a ser descartadas por representantes de diversas escuelas analíticas. Aron (2010) señala que el cambio en psicoanálisis obedece a una mezcla de modificaciones en muchos sentidos, que podrían ir desde lo social, político, económico y cultural. Hoy en día la tendencia por estudiar al individuo desde una perspectiva interdisciplinaria e intersubjetiva ha cobrado mayor fuerza, con la finalidad de  tener un entendimiento mucho más completo y complejo del mismo. Además, abordar la experiencia analítica tomando en cuenta la relación entre individuo, especie y sociedad con sus distintos niveles de realidad, reduce la posibilidad de aferrarnos a un pensamiento lineal y simplificante (Morin, E. 2003).

Cada vez son menos las posturas teóricas dentro del psicoanálisis que se basan en la concepción de procesos mentales puramente intrapsíquicos al considerar que la interacción con el mundo externo y la realidad en general también son elementos fundamentales para la comprensión del sujeto. (Coderch, J. 2012). El rol del analista ha cobrado un significado muy distinto al que antes tenía y los elementos técnicos empleados a lo largo del proceso terapéutico se han replanteado y transformado. 

El hecho de que en Psicoanálisis Relacional se ponga mayor énfasis en la interacción entre paciente y analista, ha facilitado la inmersión de distintos tipos de intervención en la práctica clínica que tiempo atrás no habrían sido aprobados. Dichos tipos de intervención, además de estar sustentados por criterios teóricos, me parece que también requieren de cierta intuición, sensibilidad e incluso “talento artístico” por parte del analista, para que éste pueda emplear sus propias emociones, sensaciones e ideas en forma creativa y asertiva. 

Para ello, se espera que el terapeuta conserve una actitud sensible y suficientemente flexible frente a cada caso que tiene a su cargo, con la finalidad de poder ir construyendo en forma conjunta el espacio relacional que se requiere para explorar los contenidos conscientes e inconscientes que están involucrados. 

En la actualidad, un alto porcentaje de los psicoanalistas contemporáneos opina que dentro del contexto analítico es prácticamente imposible que la presencia de los participantes permanezca ajena y neutral. Se ha determinado que no hay forma de no comunicar puesto que todo lo que acontece entre paciente y terapeuta, tanto a nivel verbal como no verbal, es la manifestación de algo. El analista ha dejado de ser visto como “la autoridad” que posee el conocimiento sobre el otro y deberá mantener una posición abstinente y neutral a lo largo del proceso terapéutico. 

La participación e involucramiento emocional y racional en un juego mutuo facilita la conexión con el mundo subjetivo de ambos participantes, pero al mismo tiempo, el terapeuta deberá estar atento de no estar trabajando para satisfacer principalmente sus propias necesidades narcisistas y deseos inconscientes (Coderch, J. 2012). 

Encontrar el grado de acercamiento emocional que el analista requiere mantener con cada paciente y cuánto acerca de sí mismo puede revelar sin entorpecer el proceso de transformación y crecimiento dentro del ámbito terapéutico es un arte, donde la experiencia clínica, formación teórica, horas de supervisión, análisis personal, sensibilidad, capacidad creativa, intuición y empatía ocupan un papel fundamental. 

Gran parte de lo señalado en párrafos anteriores, nos da la pauta para comenzar a discutir acerca de una controvertida estrategia de intervención y me refiero a la autorrevelación. A la fecha su empleo sigue generando sentimientos de culpa y vergüenza entre algunos analistas al ser vista como una señal de mala praxis. 

Durante años se ha sostenido cierta tensión entre la devoción a las reglas técnicas propuestas por Freud y la insistencia en la flexibilidad frente a las mismas, llegando muchas veces a ser descalificados e incluso expulsados de los círculos analíticos los psicoanalistas que optan por lo segundo. 

Pizarro (2005) y Sánchez (2011) hacen una amplia revisión respecto a la posición que tienen diversos autores frente al empleo de la autorrevelación. Dentro de dichas posturas, hay quienes se declaran totalmente en contra como también quien está a favor, al grado de concebir que un análisis no puede considerarse completo si el analista no ha compartido con el paciente información personal que traslade la relación hacia un vínculo de mutualidad (Tantillo, 2004). 

Los contenidos que el analista puede optar por revelar pueden ser desde experiencias de vida personal correspondientes al presente o el pasado, como información relativa a la interacción entre paciente y terapeuta. A pesar de que a través de dicha interacción todo el tiempo se están destapando y comunicando contenidos conscientes e inconscientes, la decisión voluntaria del terapeuta por compartir determinada información con su analizado implica un alto grado de responsabilidad que deberá enfrentar con ética y profesionalismo. El acto voluntario y consciente que precede a la autorrevelación, se contrapone a las reacciones inconscientes del analista en la contratransferencia. 

La autorrevelación puede ser una estrategia de intervención potente y muy útil. Su empleo permite que el terapeuta pueda acercarse al paciente mucho más cercana y honesta que facilite el acceso a contenidos inconscientes del paciente y le ayude a éste a legitimar sentimientos y experiencias de vida. Además, el grado de transparencia del terapeuta contribuye a facilitar el que sea internalizado (Buechler, 2008). 

No obstante, también puede ser una estrategia de intervención sometida a la satisfacción narcisista del terapeuta, lo cual llevaría a que el sentido del análisis se distorsione por completo y prevalezca la iatrogenia. Encontrar “el balance idóneo” entre compartir contenidos personales que pueden tener un efecto terapéutico en la práctica clínica y evitar revelar propias experiencias que pudieran afectar el proceso, también requiere del desarrollo de cierta destreza artística para distinguir cuando es oportuna su aplicación. Tal destreza ó habilidad se irá construyendo al combinar sensibilidad e intuición con formación teórica y experiencia clínica, para lo cual el conocimiento que el terapeuta tenga de sí mismo a través de su propio análisis ocupa un papel relevante. 

La autorrevelación es un estrategia de intervención que debe ir acompañada de una intencionalidad, donde la historia del paciente, vínculo terapéutico y momento del análisis deben ser tomados en cuenta. Lo anterior no elimina el factor de riesgo que conlleva su empleo y en la medida que el material íntimo que se comparta con el paciente esté debidamente procesado y elaborado por el analista, el peligro de hacer un mal uso de dicha estrategia se reducirá. Si el terapeuta experimenta incomodidad después de haber revelado material personal, podría considerar no haber empleado la autorrevelación en forma adecuada. 

Cuando el terapeuta revela información personal en forma impulsiva e inapropiada al darle prioridad a la espontaneidad o comunica contenidos particulares que no tiene suficientemente trabajados, podrían presentarse las siguientes reacciones en el paciente: a) perder por completo la confianza en la capacidad del analista para estar al frente del proceso terapéutico b) sentirse sobrecargado, abrumado e invadido con la información personal que le fue revelada y con lo cual sus propios problemas podrían pasar a segundo plano c) percibir al analista como un ególatra narcisista que carece de capacidad de escucha al estar más interesado por mostrarse. 

En los años iniciales de mi práctica profesional, recuerdo haber compartido con un paciente que se encontraba muy perturbado por la pérdida de un familiar, mi dolor personal ante el fallecimiento de un ser querido. Evidentemente hice referencia a un proceso de duelo que yo no había terminado de procesar y que por lo tanto, la información que comunique venía acompañada de una fuerte carga emocional. A la fecha, guardo en mi memoria la consternación e impacto que tuvo en mi paciente lo que le compartí. Su rostro expresó incredulidad, quedó sin palabras y se le veía realmente confundido respecto a cómo actuar frente a mí transparencia. En ese entonces yo no tenía los conocimientos ni experiencia clínica para reparar mi error en la sesión y como puede suponerse, dicha oportunidad tampoco la tuve después porque el paciente no regresó. Lo anterior, me parece que puede ser tomado como un ejemplo de un exceso de involucramiento por parte del analista con el sufrimiento del paciente y aunque mi intención al compartir una experiencia propia tenía un propósito empático, éste se diluyó puesto que la autorrevelación invadió el espacio terapéutico. McCarthy y Betz (1978) marcan una clara distinción entre la autorrevelación y el autoinvolucramiento, señalando que en la segunda los contenidos que se revelan corresponden a la experiencia actual dentro de la relación terapéutica.

En lo personal, me parece que en la autorrevelación también se pueden expresar contenidos relacionados con el presente y no tan sólo del pasado personal, pero en el autoinvolucramiento el terapeuta pierde control sobre la intervención puesto que ésta carece de todo propósito terapéutico al estar bajo el dominio de necesidades personales. 

Varios años han transcurrido después del evento que arriba mencioné, durante los cuales he ido acumulando conocimientos, experiencia y madurez que me han permitido desarrollar mayor destreza para emplear la estrategia de autorrevelación. Hoy en día puedo afirmar haber obtenido buenos resultados terapéuticos al compartir con pacientes información personal que particularmente ha estado vinculada a temas relacionados con: a) experiencias migratorias b) dificultades que se enfrentan a lo largo de las distintas etapas evolutivas con los hijos c) preocupaciones en torno al envejecimiento de los padres d) logros de los pacientes que han implicado un objetivo importante del proceso terapéutico e) momentos complicados del análisis por la presencia de enfermedades, evolución de las mismas y tratamientos invasivos que los pacientes han debido recibir. 

En muchas de dichas circunstancias, considero que haber hecho del conocimiento del paciente mis emociones frente a la situación, relatar estrategias que me resultaron útiles para abordar la experiencia o simplemente autorrevelar vivencias personales asociadas al suceso relatado por el analizado, han beneficiado el proceso terapéutico. Una buena parte de la ganancia ha consistido en fortalecer la alianza terapéutica, fomentar ser vista como un sujeto que también debe resolver dificultades en la vida y que experimenta toda una gama de afectos similares a los del paciente. Quisiera puntualizar que las autorrevelaciones efectivas han estado muy acotadas en lo referente a su extensión. El excederse al comunicar material personal puede propiciar que la efectividad de la intervención se pierda y que los límites del encuadre terapéutico se confundan y traspasen. 

Los seres humanos muchas veces estamos preocupados por figurar y distinguirnos entre los individuos que nos rodean, quizás para sobrellevar con menor aprehensión lo insignificantes que somos dentro del universo y lo frágil que puede ser la vida. Los analistas no estamos exentos de ello e incluso podemos perder de vista que tan sólo somos “extraños intensamente íntimos” (Buechler, 2008; p. 364) en la vida de nuestros analizados y no figuras centrales. Cuantas veces quedamos perplejos al comprobar que los pacientes no recuerdan el nombre de terapeutas que los atendieron en el pasado e incluso olvidan el nombre de su analista actual. 

El revelar material personal podría estar vinculado a esa necesidad narcisista de distinguirnos y cobrar mayor presencia, cuando nuestro principal foco de trabajo en la terapia debe ser facilitar el trabajo introspectivo para que el analizado obtenga un mejor conocimiento de sí mismo que le ayude a enfrentar dificultades y ampliar sus potencialidades. Si la autorrevelación es una estrategia de intervención que colabora en lo anterior, vuelvo a insistir en el beneficio de su empleo. 

Cabe señalar que en mi opinión, la cultura también ocupa un lugar trascendente en el uso de la autorrevelacion. Al ser una estrategia donde la emoción muchas veces participa en forma importante, en sociedades donde la expresión de los sentimientos es más común y el manejo de la distancia/cercanía afectiva que los terapeutas guardan con sus pacientes es menos estricta, el analista podría sentirse con mayor libertad y seguridad al compartir información personal. 

Otro punto que me parece importante a considerar y el cual creo que debe estar más presente en el debate de la autorrevelación, es el tema de la confidencialidad. Si bien en todo contrato terapéutico está claramente explicitado que el analista deberá guardar total confidencialidad respecto al material que el paciente le refiere, no está clara la posición que éste último deberá mantener en cuanto a la información personal que su terapeuta le comparta. Me parece que el grado de confianza, simpatía y afecto que el paciente le genera al analista, también influye para decidir compartir información íntima y personal. Un buen vínculo terapéutico podría ser un indicador de que el paciente sabrá hacer buen uso del material personal que su terapeuta le confía; no obstante, el riesgo de que así no sea está presente como también está la posibilidad de que el analista no haga un buen trabajo. 

Sin duda, este asunto como muchos otros aspectos de nuestra praxis deberán seguir en discusión e investigación, con la finalidad de poder contar con más datos sometidos a experimentación y no sólo hipotéticos. Para finalizar quisiera reiterar que el malabarismo teórico y práctico que un analista debe ir adquiriendo en el quehacer clínico, requiere de mucho trabajo personal, una formación teórica sólida y de la habilidad para ir afinando criterios e instrumentos de intervención que faciliten el trabajo artístico, sensible y creativo dentro del espacio relacional. 

Ser un buen analista implica no solamente cultivar nuestro intelecto y raciocinio; igual de importante es desarrollar nuestra sensibilidad para tocar al paciente afectivamente y así poder entrar en su mundo emocional con la delicadeza, suavidad y precisión que nos evocan muchos artistas. 

BIBLIOGRAFÍA 

Aron, L. (2004) La auto-reflexividad y la acción terapéutica del psicoanálisis. En: Intersubjetivo. N° 1, Vo. 6. (Págs. 39-57) 
Atwood, R; Orange, D; Stolorow, R. (2012) Más allá de la técnica: el psicoanálisis como una forma de práctica. En: Trabajando Intersubjetivamente. Agora Relacional. Madrid. (Págs. 55-90) 
Buechler, S. (2008) [2015] Marcando la diferencia en las vidas de los pacientes. La experiencia emocional en el ámbito terapéutico. Madrid: Ágora Relacional. 
Coderch, J. (2012) La práctica de la psicoterapia relacional. El modelo interactivo en el campo del psicoanálisis. 2ª ed. Corregida. Madrid: Ágora Relacional. 
Coderch, J (2012) Hacia un psicoanálisis relacional (Entrevista al Dr. Joan Coderch) En: Revista Online de la Sociedad Española de Psicoanálisis. Temas de psicoanálisis. Nr. 4. 
McCarthy, P.R y Betz, N.E (1978) Differential effects of self-disclosing versus selfinvolving counselor statements. En: Journal of Counseling Psychology, 29(2), 125- 131. 
Morin, E. (2003) Lo complejo humano. En: “El método 5: la humanidad de la humanidad”. Ed. Cátedra. Madrid. Págs. 321-330. 
Pizarro, C. (2005) ¿Cuánto compartir con un paciente? Las Intervenciones de Autorrevelación del Terapeuta. En: Terapia Psicológica. Vol. 23, Núm. 1. Sociedad Chilena de Psicología Clínica. Santiago de Chile (Págs. 5-13) 
Sánchez, S. (2011) Efectos de la Autorrevelación del Terapeuta en la Alianza Terpéutica y satisfacción del cliente. Tésis de grado presentada como requisito para la obtención del Título de Psicólogo Clínico. Universidad San Francisco de Quito. Colegio Artes Liberales. (Págs. 1-48) Tantillo, M. (2004) The Therapist´s Use of Self-Disclosure in a Relational Therapy Approach for Eating Disorders. En: Eating Disorders. 12 (Págs. 51-73) 

1 comentario:

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