“Cada hombre en su complejidad psíquica es una obra maestra, cada análisis es una odisea”
Joyce McDougall
Joyce McDougall
MULTIPLICIDAD DEL SELF
La experiencia del self es múltiple y compleja, deviene de impresiones corporales que simbolizan zonas erógenas, imágenes, fantasías, ideas, palabras y vínculos. Aun con la riqueza de estas representaciones, existen en el cuerpo humano inscripciones inconscientes no reprimidas que descansan en una memoria implícita, procedimental, no declarativa o relacional (Bleichmar, 2001).
Los múltiples modos de dar cuenta de la existencia, por tanto, aluden a diferentes niveles de conciencia, de simbolización y de relación intersubjetiva.
La psicología del desarrollo es también un eje que complejiza la multiplicidad del self. La identidad es una construcción constante. Si bien en la adolescencia el trabajo psíquico de cohesionar una identidad se vuelve un factor fundamental de cuestionamientos y nuevas significaciones, la experiencia del self implica replanteamientos y redefiniciones constantes en cualquier etapa de la vida.
Stern (2002), haciendo un recorrido por distintos teóricos, plantea dos posturas en relación a la experiencia selfica. Por un lado, la teoría del self unificado que alude al esfuerzo evolutivo hacia la integración y la unidad en la experiencia del self global. Por otro lado, la teoría del self múltiple que concibe al self no como algo unificado, sino múltiple; no como una entidad estática sino que fluctúa constantemente; no como un centro de iniciativa aislado sino constituido intersubjetivamente.
Para los psicoanalistas posmodernos, según Stern (2002), este paso de una experiencia unificada a una experiencia múltiple del self implica abandonar los modelos lineales jerárquicos y esencialistas, representados por las teorías freudiana y kohutiana, a favor de un modelo descentralizado, abierto y horizontal en el que se considera que la experiencia subjetiva está en constante fluctuación de acuerdo a la historia relacional del sujeto.
Stern (2002), haciendo una síntesis de ambos postulados, propone un modelo integrador donde en la experiencia del self interactúa una organización psicológica horizontal, múltiple y de sistemas dinámicos, y un modelo estructural vertical que brinda las cualidades de unidad, cohesión, autenticidad y regulación que caracterizan la teoría del self unificado. Desde su perspectiva, un individuo alcanza una complejidad de pensamiento más plena si retiene o integra las dimensiones horizontal y vertical de la estructura psíquica.
Stern (2002) plantea que a partir de los momentos intersubjetivos y las secuencias de interacción de la infancia, el niño tiene una experiencia subjetiva primaria que se encuentra con una respuesta o iniciativa por parte de sus cuidadores. Mediante numerosas repeticiones de momentos similares, el estado interno del niño es transformado por la interacción. De este modo conforma e internaliza las representaciones de estas secuencias, mismas que serán la base de su estructura psicológica y de la multiplicidad experiencial del self (Stern, 2002).
Al respecto, Benjamin (1997) propone una perspectiva relacional en la interacción del niño con sus cuidadores. Señala que el niño organiza y experimenta su subjetividad a través de la relación con otros sujetos. La madre, por ejemplo, no es sólo un objeto internalizado ya que el infante también es capaz de reconocer al otro como un sujeto diferente de sí y al mismo tiempo semejante. Por tanto, en la diada madre-hijo hay dos sujetos compartiendo, no únicamente un sujeto que introyecta, proyecta o se identifica con un objeto.
Sin embargo, aclara que la perspectiva relacional no se opone o excluye la teoría del conflicto intrapsíquico, sino la complementa. En su aportación, rescata la idea de que el otro debe ser reconocido como sujeto para que el infante experimente plenamente su subjetividad (Benjamin, 1997).
DIFERENCIAS SEXUALES MÚLTIPLES
La experiencia subjetiva sexual se encuentra en un continuo con la experiencia del self. El cuerpo humano es una fuente inagotable de libido desde donde se inscriben una amplia gama de sensaciones, imágenes y fantasías que constituyen las experiencias de placer y displacer en el propio cuerpo y en la relación con otros cuerpos.
Para McDougall (1998) la sexualidad es esencialmente traumática por los múltiples conflictos psíquicos que surgen del choque entre las pulsiones y la fuerza coactiva del mundo externo que inicia con el primer encuentro del bebé con el pecho.
La experiencia sexual va complejizándose a través del desarrollo, dando lugar a una diversidad de experiencias que organizan la sexualidad humana y que conforman identidades e identificaciones múltiples.
En el marco de la teoría feminista, Benjamin (1997) propone que la identidad sexual no se constituye unilateralmente por el complejo de castración que, desde la teoría freudiana, determina las diferencias entre ambos sexos. Para la autora, la diferencia sexual es más multifacética que la lógica binaria de la exclusión mutua ya que la psique no sólo preserva en el inconsciente las identificaciones rechazadas, sino que también las expresa en las relaciones filiares y amorosas, independientemente de la elección de objeto.
Para Benjamin (1997), hasta hace poco tiempo, la teoría psicoanalítica había sido incapaz del ir más allá del nivel edípico para explicar la sexualidad humana. Si bien las identificaciones edípicas impregnan ciertos ideales genéricos, no forman una estructura sin fisuras, congruente y hegemónica (Benjamin, 1997).
Benjamin (1997) señala que el pensamiento feminista reciente ha preferido una noción de diferencias múltiples e identidades inestables ya que se necesita concebir algo más plural y descentrado que la reproducción simplista de un discurso de opuestos. Desde su perspectiva, cada objeto de amor corporiza múltiples posibilidades de igualdad y diferencia, de masculinidad y feminidad, y una relación amorosa puede efectuar una multitud de funciones (Benjamin, 1997).
Benjamin (1997) disiente, por tanto, que exista en el desarrollo libidinal la necesidad de renunciar al otro sexo y de abandonar las fantasías de la bisexualidad. Especula que la posibilidad de elaborar los sentimientos, conductas y actitudes del sexo opuesto bajo la cobertura del propio narcisismo es algo que persiste como una capacidad preconsciente o inconsciente durante toda la vida.
Considera que en el campo de las identificaciones múltiples y de las identidades sexuales inestables no es pertinente establecer una meta normativa de la identidad sexual. Del mismo modo, critica la psicología evolutiva al plantear un desarrollo lineal donde es deseable que todos los conflictos sean resueltos y donde las experiencias tempranas subsisten como estratos geológicos no modificados por las elaboraciones simbólicas ulteriores (Benjamin, 1997).
En su lugar, Benjamin (1997) propone que en la identidad sexual y genérica existen estructuras sobreinclusivas, más allá de los esquemas que diferencian a hombres y mujeres, y las nociones de lo masculino y femenino. Postula, en ese sentido, una heterodoxia genérica que comulga con la teoría cultural contemporánea y la teoría feminista, descentrando la concepción del desarrollo y reemplazando el discurso de la identidad por el de las identificaciones plurales.
NEOSEXUALIDADES
Una propuesta teórica sobre la multiplicidad del self y sobre las diferencias sexuales múltiples debe ser congruente con una teoría que estudie la construcción de las identidades sexuales con profundidad y desde un pensamiento complejo. La concepción de las “neosexualidades” (McDougall, 1998) desde mi perspectiva, atiende estos desafíos clínicos y permite la formulación de nuevos cuestionamientos.
McDougall (1998), refiere que las identidades sexuales son tan variadas y plurales que es necesario hacer uso de términos como “heterosexualidades”, “homosexualidades” y “sexualidades autoeróticas”. Para la autora, no hay relación alguna entre la identidad sexual y el diagnóstico clínico; incluso, las categorías de “neurótico”, “psicótico” o “perverso” deberían ser aplicables a los síntomas y no a los sujetos pues cada subjetividad presenta un infinito número de variantes (McDougall, 1998).
McDougall (1998) hace un replanteamiento de la concepción clásica de la perversión y propone el término “neosexualidades” para poner en relieve el carácter innovador y la investidura intensa que requieren estas creaciones eróticas. Con este término evoca algo semejante a las “neorrealidades” que ciertos sujetos crean para solucionar conflictos psíquicos dolorosos. Uno de sus principales postulados es que los síntomas psicológicos, incluida la sexualidad sintomática, son un intento de autocuración para huir del dolor psíquico.
Estos casos que inicialmente McDougall (1982) nombró “difíciles” por su propensión al acto y las soluciones adictivas que presentan, constituyen síntomas que sirven como escudo contra la indiferenciación, la pérdida de identidad, la implosión del otro, el derecho de existir, el temor de perderse, de hundirse en la depresión o de disolverse en la angustia.
McDougall (1982) refiere que las dificultades para ser humanos nos obligan a crear una infinidad de estructuras psíquicas destinadas a cicatrizar heridas o a permitirnos hacer frente al dolor físico y psíquico que inevitablemente padecemos. La capacidad para la simbolización es la que posibilita la formación de síntomas y en algunos casos la creación de corazas caracterológicas cuya función es proteger la vida y no sólo la sexualidad como sucede en la sintomatología neurótica.
En las neosexualidades o soluciones neosexuales, según McDougall (1998), se construyen guiones eróticos complejos e ineluctables para asegurar el sentimiento, no sólo de la propia identidad sexual sino también el sentimiento de la identidad subjetiva. Estas construcciones complicadas no sólo representan el único medio de expresión sexual, sino también una dimensión de su vida cotidiana, tan vital para su equilibrio psíquico como las actividades sublimatorias (McDougall, 1998).
Para McDougall (1982), la desviación que conforman estas identidades no es un simple desvío en el camino del placer, sino un deseo diferente que puede prescindir de la resolución orgiástica y de la relación amorosa. Surge de una angustia originaria del peligro de desaparecer en el otro y de desear –de algún modo- la desaparición, evocando desesperación, la necesidad vital de una existencia separada y de un pensamiento independiente.
McDougall (1998) opta por utilizar el término de “neosexualidades”, en lugar del término “perversión” ya que éste último tiene usualmente una connotación peyorativa. Los pacientes neosexuales, según la autora, consideran que sus actos amorosos y su elección de objeto concuerdan con la representación que tienen de sí mismos y de sus deseos, a pesar de quienes califican estos actos y elecciones como perversos. Propone que la predilección sexual de un paciente sólo se convierte en un problema clínico en la medida en que le provoca sufrimiento.
Sin embargo, reserva el término “perversión” para ciertas formas de relación donde hay un ejercicio de poder e imposición en la sexualidad, casos en los que no se consiente el acto sexual o no se cuenta con la responsabilidad para consentirlo. En este caso, la conducta perversa implica una indiferencia a la negativa o a las necesidades del otro.
Según McDougall (1998), el discurso parental sobre la sexualidad desempeña un papel fundamental en la organización sexual del niño; no obstante, desde su postura, las identificaciones y defensas se constituyen principalmente a partir de lo que el niño comprende sobre los deseos y temores inconscientes de sus progenitores.
En el caso de las neosexualidades se presentan algunos hechos clínicos que coinciden en la falta de representaciones parentales que aseguren o resguarden al sujeto en los momentos de tensión afectiva (McDougall, 1998). No es que haya representaciones o identificaciones negativas (entiéndase tóxicas o persecutorias), más bien no existen tales representaciones o se acentúa una experiencia de vacío en éstas.
De acuerdo con McDougall (1998), la incapacidad para la identificación de las funciones parentales lesiona la identidad sexual y perturba las representaciones edípicas, siendo dominantes los temores y necesidades narcisistas. Dado que no hay objetos internos aseguradores, predomina un vacío mental estructural (Lutenberg, 2005) que puede favorecer la creación de una solución sexual adictiva para disminuir las experiencias dolorosas.
McDougall (1998) utiliza el término “neonecesidades” para referirse a la cualidad adictiva que presentan las neosexualidades en donde el objeto sexual, como objeto parcial o práctica erótica, es incesantemente buscado a la manera de una droga. En ese sentido, se puede recurrir a objetos eróticos inanimados (látigos, esposas, zapatos) o a personas que corren el riesgo de ser tratadas como objetos inanimados o intercambiables.
En este contexto, los pacientes construyen rituales desviados complejos y compulsivos en donde un cambio de guion es inimaginable y terrorífico.
McDougall (1998) recurre al objeto transicional de Winnicott para plantear que estos pacientes carecen de las introyecciones parentales necesarias para crear la ilusión que separa un ser del otro. El objeto se vuelve un “fetiche” en lugar de representar una transición de la dependencia a la independencia respecto a la madre (Casas de Pereda, 2000).
McDougall (1998) atestigua que en muchas ocasiones las neosexualidades involucran una defensa maniaca de triunfar sobre los objetos internos que son experimentados como muertos. Del mismo modo, la imagen internalizada del sí mismo puede estar amenazada y el acto compulsivo sexual representar la defensa de la propia imagen ante el peligro de la desintegración narcisista. En síntesis, el acto neosexual puede fungir como salvaguarda para impedir que los sentimientos de violencia se vuelvan contra sí mismo o apunten alguna representación objetal internalizada.
En estos casos, las neosexualidades no sólo sirven para reparar brechas en la construcción de la identidad sexual y subjetiva, sino también para proteger a los objetos internos frente al odio y la destrucción del sujeto. Por tanto, las confusiones dolorosas en torno de la identidad sexual, la rabia infantil y el sentimiento de muerte psíquica, a pesar de su lado implacable, pueden convertirse en juegos eróticos (McDougall, 1998).
APUNTES PERSONALES
● Con base en los estudios sobre la multiplicidad del self (Stern, 2002) y las diferencias sexuales múltiples (Benjamin, 1997) se atestigua una riqueza y diversidad de experiencias subjetivas que resulta paradójica cuando se confronta con los restrictivos y exigentes guiones que los pacientes neosexuales presentan.
● La disociación es, desde mi punto de vista, una defensa clave para comprender por qué hay una discontinuidad entre la experiencia neosexual y la experiencia selfica. El acto neosexual, por lo general, es un acto-síntoma (McDougall, 1982) que actúa como descarga y está desprovisto de una actividad simbólica para el paciente.
● Como se documentó, el self no está facultado para integrar la experiencia neosexual debido a que ésta se erige como una defensa caracterial que protege al paciente del vacío y la muerte psíquica. Sin embargo, la experiencia analítica relacional puede constituir gradualmente una función simbólica que permita una mayor integración selfica, con la posibilidad de generar un mayor “juego” en el ejercicio de la sexualidad.
● El movimiento de la diversidad sexual en nuestros días convoca al reconocimiento de identidades lésbicas, gay, bisexuales, travestis, transgénero, transexuales e intersexuales. El movimiento queer da un paso más en la deconstrucción de las identidades al rechazar la clasificación de los individuos según su género u orientación sexual. Una postura clínica sobre el tema me parece fundamental.
● Los pacientes, independientemente de su identidad u orientación sexual, acuden con nosotros con una demanda y esa demanda debe ser escuchada, haciendo un análisis de nuestras creencias personales y poniendo a su disposición nuestro psiquismo y nuestra subjetividad para pensar juntos lo que se ha puesto en acto. La comprensión relacional de este fenómeno radica en sostener que la forma singular de experimentarse subjetivamente y de experimentar placer se explica desde los vínculos intersubjetivos que han trazado patrones relacionales a ser descubiertos y elaborados en el espacio de análisis.
Bibliografía
Bleichmar, H. (2001). El cambio terapéutico a la luz de los conocimientos actuales sobre la memoria y los múltiples procesamientos inconscientes. Aperturas psicoanalíticas: Revista internacional de psicoanálisis. No. 9
Benjamin, J. (1997). Sujetos iguales, objetos de amor: Ensayos sobre el reconocimiento y la diferencia sexual. Paidós: Argentina
Casas de Pereda, M. (2000). En el camino de la simbolización: Producción del sujeto psíquico. Paidós: Argentina
Lutenberg, J. (2005). Teoría clínica del vacío mental. En Revista de la Sociedad Psicoanalítica Peruana No. 4
McDougall, J. (1982). Alegato por una cierta anormalidad. Paidós: Argentina
McDougall, J. (1998). Las mil y una caras de Eros: La sexualidad humana en busca de soluciones. Paidós: Argentina
Stern, S. (2002). El self como una estructura relacional: Un diálogo con la teoría del self múltiple. Aperturas psicoanalíticas No. 13
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