miércoles, 13 de marzo de 2019

Diálogos femeninos




Karla Rodríguez Escenaro

A través de nuestra historia existen diálogos que cruzan directamente de forma inconsciente las generaciones tanto de hombres como de mujeres. México no es la excepción. Una de las figuras más veneradas en nuestro país es la madre. Los diálogos heredados de madres a hijas son poco penetrables, tienen un peso y poder inimaginable en el desarrollo posterior de la niña como mujer independiente y en sus elecciones.

La madre en la cultura mexicana es un símbolo de poder y veneración. Desafiar sus enseñanzas y sus directrices puede resultar desolador, se puede dejar de pertenecer al núcleo esencial de la familia.  Es tan fuerte su nombre y su presencia que hay toda una cultura impregnada de la palabra madre, desde las groserías más hirientes, hasta las expresiones de gusto o disgusto cotidianas, incluso uno de los días más emblemáticos está concedido a ella, día en que prácticamente el país se une en la celebración de esta mítica figura y se paralizan las labores, es así que se puede afirmar que somos un país en donde la madre y su palabra están demasiado presentes.

¿Cómo se da origen a esta madre tan poderosa pero a la vez tan devastada como mujer? Octavio Paz en el Laberinto de la soledad hace una excelente descripción de lo que la historia ha hecho al nombre de la madre y a su cualidad como mujer.  Menciona: “La madre para los mexicanos históricamente ha sido la sufriente, la dolida, la que su origen como madre no fue goce sino sufrimiento, fue la “chingada”” (Paz, 1999), palabra que para el pueblo mexicano nombra en este caso abuso, violación, sometimiento. Las madres del México en la conquista fueron violadas, obligadas, sometidas, es así que la condición de mujer quedó impregnada con dolor, sufrimiento y nula satisfacción por el goce sexual o materno. Comenzó a ser comparada con el ideal religioso de la madre de cristo. Es desde entonces que la madre sufriente se levanta como una figura mítica llena de estas características sobresalientes. 

La mujer mexicana heredó como representación de lo femenino el resultado de la conquista, una mujer a la que se le enseña a no tener nombre propio, su identidad se construye a partir de los deseos de los demás, en donde su máxima realización será la maternidad, ser madre significará entonces ser pulcra, sin sexualidad, sin deseo, dependiente, sufriente, necesitada de un otro.  Queda poco espacio en la cultura para la mujer independiente, sexual, gozosa, que toma decisiones, que no quiere ser madre, esposa o pareja.

La construcción de nuestra subjetividad lleva enmarcada a la identidad, misma que en palabras de Lagarde (1998) describe como “síntesis de la historicidad del sujeto y como tal es una experiencia de la subjetividad. La subjetividad tiene por territorio el cuerpo y es producto de la conformación del sujeto como diversidad y síntesis bio-psico-socio-cultural.  Así la subjetividad se aloja a la vez en el cuerpo historicosignificado social y culturalmente”.  Es así que nosotros somos formados por aquellas significaciones culturales aprendidas y como sujetos realizamos creaciones de ellas de acuerdo a nuestras vivencias, pero sin olvidar que la “complejidad cultural de alguna manera impacta a la complejidad de la identidad” (Lagarde 1998).

Los diálogos de crianza nos han marcado por generaciones. La masculinidad y la feminidad están determinadas por las enseñanzas maternas, es ella quién dirige en lo más profundo la forma en que se vive la identidad sexual, el goce, la independencia. 

Lucía ha hablado de su madre en consulta, y en varias ocasiones cuando se refiere a ella  comenta con un tono enojado: “no puedo recordar de otra manera a mi madre que no fuera llorando o quejándose por lo desafortunada que es”, “me ha dicho que todo lo que ella ha dejado ha sido por nosotros sus hijos”. Así como ella una gran cantidad de pacientes femeninas han descrito a sus madres como mujeres que sufren, siempre a la espera de alguien que las rescate, dedicadas en su vida a los hijos, esperando ser compensadas por esto, aparentemente con poca satisfacción por la labor materna, misma que significa una renuncia para la que no estaban completamente preparadas. Casi todas quejándose de los hombres que tienen por padres, hermanos o esposos, ya que ellos aparentemente tienen la libertad que para ellas ha sido negada, hombres que poco se habían dedicado al hogar y la crianza compartida, violentos, hombres que abandonaron el hogar y después regresaron y se les abrió la puerta con la esperanza de que ahora sí venían a rescatar. Algunos pacientes refieren a sus padres o esposos llegando a casa después de haberse ausentado e incluso haber sido infieles y se les recibía con alivio por estar nuevamente presentes, una paciente mencionó en alguna ocasión “mi padre regresó después de haber engañado a mi madre y cuando regresó es como si nada hubiera pasado, abnegada mi madre y sufriendo se dedica ahora también a dar de comer a veces a los otros hijos de mi padre”.

Estos hombres que en la descripción más amplia y generalizada se les puede ver como machos, aquellos que en el fondo siguen siendo niños enojados con la figura femenina, aquellos a los que se les negó en la crianza la independencia, el sano empoderamiento.  Lanzados al mundo a competir con otros hombres sin herramientas, sin madurez y siempre con la necesidad de demostrar que son hombres. Rafael menciona en consulta “ estoy cansado de siempre estar demostrando que soy hombre, todo el tiempo tengo que ser sexualmente dispuesto y grandioso, beber igual que todos, ver a las mujeres con el mismo desdén que todos, criticar a mi mujer como todos, si no me comen” .  Hombres que salen de casa de sus padres sin tener claro que ya son hombres y lo que esto significa, y parece que una de las grandes maneras de demostrar que lo son es sometiendo a la mujer, dominando a la figura que los descalifica, que los absorbe, que los infantiliza.

Hombres temerosos e infantiles entonces se convierten en padres y mujeres dependientes en búsqueda de aquel que las rescate y proteja se convierten en madres.   Si miramos bien esta ecuación entonces podemos predecir que vamos a tener un padre ausente por su incapacidad madurativa y una madre que se apegará a sus hijos de forma dependiente y masoquista.  Benjamin (1988) refiere que en las mujeres la clave para el masoquismo es la ausencia de deseo que se da por la ausencia del padre, “las niñas necesitan a sus padres para que las ayuden a individuarse, para que éste les enseñe el camino del deseo propio, las despegue del deseo materno dependiente”. Es así que cuando no existe este hombre que apoye en esta tarea y la madre busque desesperadamente no estar sola, la hija va a tener pocas posibilidades de lograr una sana independencia.

En muchas ocasiones he pensado esto desde mi posición como analista, ya que no pretendo negar la parte de los diálogos femeninos que tienen eco en mí, mismos que muchas veces hacen eco con los de mis pacientes.  Pensando en esto recuerdo una paciente en donde la historia no era muy diferente a lo que he venido comentando, en muchos momentos de sus relatos yo me sentía profundamente enojada con su madre, en un principio me costaba saber por qué, pero entre todos estos relatos de hombres violentos, de abandonos por parte de ellos, descubro que la madre siempre ha estado presente pidiendo que no la deje, que no sea independiente, que no busque un hombre que realmente la quiera y la aprecie.  Me fue mucho más claro el enojo con su madre cuando en una sesión, en donde ella me dijo que ya estaba tomando la determinación de divorciarse de la actual pareja, me percato de una sensación de angustia en mí, pensé que no debía separarse porque no tenía trabajo fijo, pensé que sola no iba a poder.  Fue un diálogo interno mío revelador, algo se conectaba de mi con ella.

Descubrí que estaba conectada con el discurso materno, su madre impidiendo su crecimiento, pero también los discursos maternos personales y sociales que todas llevamos dentro, en donde éstos llevan a la mujer a creer que necesita a alguien para tener eso que ella no puede, que lograrlo es demasiado complicado, y a veces es mejor masoquísticamente ceder.  Permanecí varios días pensativa al saber que la creencia y el discurso están tan arraigados, confundida pensando que, si esto es algo que atraviesa la esencia de mi persona como mujer en mi cultura, eliminarlo sería eliminar la pertenencia y la propia existencia. ¿Estamos todas o la mayoría de las mujeres mexicanas atravesadas por ser esas “madres vírgenes” puras y dolientes, sin existencia propia, sin goce, sin sexualidad viva, sino solo siendo la madre de o la esposa de? Como mujer mexicana me vi tocada en los más profundo de mi, cuestionada en lo personal y en lo profesional, ligada a mi paciente por el mismo discurso que tal vez a ambas nos ha detenido de diferentes maneras, nos ha dolido y nos ha colocado de manera masoquista en esta cultura. 

Es inevitable que al trabajar con pacientes no toquen de manera personal, es decir, como analistas tomamos contacto con nuestras profundidades a través de los pacientes, nuestros propios demonios hacia el origen y cultura se ven reflejados con ellos. Me gustaría enfatizar aquí una cita de Rodríguez Sutil (2009) quien dice que, “un analista por mucho trabajo personal que tenga a sus espalda debe estar en disposición de encontrarse consigo mismo al aceptar al otro ya que este otro siempre nos va a enfrentar a huellas en la piel que creíamos inexistentes”. Y es en este campo rico que ambos dan sentido a eso que va ocurriendo dentro del espacio íntimo del consultorio, Benjamin (2004) en su artículo "Más allá de la dualidad agente-paciente" cita a Pizer quién menciona que una de las primeras formulaciones relacionales de la terceridad es la idea de negociación, según la cual “el analista y paciente elaboran juntos una construcción de sus experiencias individuales”.  

Si un analista es incapaz de percatarse que de suyo se dispone en la relación terapéutica, el trabajo va a quedar coartado.  En este sentido puedo concluir que los diálogos femeninos nos guían de manera inconsciente para tomar decisiones en nuestra vida, sobre nuestra pertenencia y nuestra independencia, la ausencia de figuras maduras paternas y la necesidad de algunas madres de dependencia hacen que las hijas crezcan con una falta de identidad, una sensación de vacío que aparentemente se llena con la doble dependencia, un hombre y la madre. Y que esta falta se ha extendido a diálogos culturales arraigados en nuestra identidad como mujeres.

Referencias

Benjamin, J. (1988) The bonds of love. Pantheon books. Nueva York

Benjamin, J. (2004)  Más allá de la dualidad agente-paciente: Una visión intersubjetiva del tercero. Intersubjetivo, Junio N 1, Vo 6, Pags 7-38

Lagarde, M. (1997). Identidad Genérica y Feminismo, Instituto Andaluz de la mujer. Sevilla. España

 Paz, O. (1999) El laberinto de la soledad. Fondo de Cultura Económica. México

Bodo S.. (1975). Los Dioses en los Códices Mexicanos del Grupo Borgia: Una Investigación Iconográfica. Fondo de Cultura Económica. México




No hay comentarios:

Publicar un comentario

HISTORIAS CRUZADAS: EL DOLOR EMOCIONAL EN LA PAREJA

  Roberto Vargas Arreola   Existen pocas aproximaciones al estudio de la pareja desde el psicoanálisis. Sus formulaciones han estado...