Karla
Rodríguez Escenaro
A través de
nuestra historia existen diálogos que cruzan directamente de forma inconsciente
las generaciones tanto de hombres como de mujeres. México no es la excepción. Una
de las figuras más veneradas en nuestro país es la madre. Los diálogos
heredados de madres a hijas son poco penetrables, tienen un peso y poder inimaginable
en el desarrollo posterior de la niña como mujer independiente y en sus
elecciones.
La madre en la
cultura mexicana es un símbolo de poder y veneración. Desafiar sus enseñanzas y
sus directrices puede resultar desolador, se puede dejar de pertenecer al
núcleo esencial de la familia. Es tan
fuerte su nombre y su presencia que hay toda una cultura impregnada de la
palabra madre, desde las groserías más hirientes, hasta las expresiones de
gusto o disgusto cotidianas, incluso uno de los días más emblemáticos está
concedido a ella, día en que prácticamente el país se une en la celebración de
esta mítica figura y se paralizan las labores, es así que se puede afirmar que
somos un país en donde la madre y su palabra están demasiado presentes.
¿Cómo se da
origen a esta madre tan poderosa pero a la vez tan devastada como mujer?
Octavio Paz en el Laberinto de la soledad hace una excelente descripción de lo
que la historia ha hecho al nombre de la madre y a su cualidad como mujer. Menciona: “La madre para los mexicanos
históricamente ha sido la sufriente, la dolida, la que su origen como madre no
fue goce sino sufrimiento, fue la “chingada”” (Paz, 1999), palabra que para el
pueblo mexicano nombra en este caso abuso, violación, sometimiento. Las madres
del México en la conquista fueron violadas, obligadas, sometidas, es así que la
condición de mujer quedó impregnada con dolor, sufrimiento y nula satisfacción
por el goce sexual o materno. Comenzó a ser comparada con el ideal religioso de
la madre de cristo. Es desde entonces que la madre sufriente se levanta como
una figura mítica llena de estas características sobresalientes.
La mujer
mexicana heredó como representación de lo femenino el resultado de la
conquista, una mujer a la que se le enseña a no tener nombre propio, su
identidad se construye a partir de los deseos de los demás, en donde su máxima
realización será la maternidad, ser madre significará entonces ser pulcra, sin
sexualidad, sin deseo, dependiente, sufriente, necesitada de un otro. Queda poco espacio en la cultura para la
mujer independiente, sexual, gozosa, que toma decisiones, que no quiere ser
madre, esposa o pareja.
La construcción
de nuestra subjetividad lleva enmarcada a la identidad, misma que en palabras
de Lagarde (1998) describe como “síntesis de la historicidad del sujeto y como
tal es una experiencia de la subjetividad. La subjetividad tiene por territorio el cuerpo y es producto de la
conformación del sujeto como diversidad y síntesis
bio-psico-socio-cultural. Así la
subjetividad se aloja a la vez en el cuerpo historicosignificado social y
culturalmente”. Es así que nosotros
somos formados por aquellas significaciones culturales aprendidas y como
sujetos realizamos creaciones de ellas de acuerdo a nuestras vivencias, pero
sin olvidar que la “complejidad cultural de alguna manera impacta a la
complejidad de la identidad” (Lagarde 1998).
Los diálogos
de crianza nos han marcado por generaciones. La masculinidad y la feminidad están determinadas por las enseñanzas
maternas, es ella quién dirige en lo más profundo la forma en que se vive la
identidad sexual, el goce, la independencia.
Lucía ha
hablado de su madre en consulta, y en varias ocasiones cuando se refiere a ella
comenta con un tono enojado: “no puedo
recordar de otra manera a mi madre que no fuera llorando o quejándose por lo
desafortunada que es”, “me ha dicho que todo lo que ella ha dejado ha sido por
nosotros sus hijos”. Así como ella una gran cantidad de pacientes femeninas han
descrito a sus madres como mujeres que sufren, siempre a la espera de alguien
que las rescate, dedicadas en su vida a los hijos, esperando ser compensadas
por esto, aparentemente con poca satisfacción por la labor materna, misma que
significa una renuncia para la que no estaban completamente preparadas. Casi todas quejándose de los hombres que
tienen por padres, hermanos o esposos, ya que ellos aparentemente tienen la
libertad que para ellas ha sido negada, hombres que poco se habían dedicado al
hogar y la crianza compartida, violentos, hombres que abandonaron el hogar y
después regresaron y se les abrió la puerta con la esperanza de que ahora sí
venían a rescatar. Algunos pacientes refieren a sus padres o esposos llegando a
casa después de haberse ausentado e incluso haber sido infieles y se les
recibía con alivio por estar nuevamente presentes, una paciente mencionó en
alguna ocasión “mi padre regresó después de haber engañado a mi madre y cuando
regresó es como si nada hubiera pasado, abnegada mi madre y sufriendo se dedica
ahora también a dar de comer a veces a los otros hijos de mi padre”.
Estos hombres
que en la descripción más amplia y generalizada se les puede ver como machos, aquellos
que en el fondo siguen siendo niños enojados con la figura femenina, aquellos a
los que se les negó en la crianza la independencia, el sano
empoderamiento. Lanzados al mundo a
competir con otros hombres sin herramientas, sin madurez y siempre con la
necesidad de demostrar que son hombres. Rafael menciona en consulta “ estoy cansado de siempre estar demostrando
que soy hombre, todo el tiempo tengo que ser sexualmente dispuesto y grandioso,
beber igual que todos, ver a las mujeres con el mismo desdén que todos,
criticar a mi mujer como todos, si no me comen” . Hombres que salen de casa de sus padres sin
tener claro que ya son hombres y lo que esto significa, y parece que una de las
grandes maneras de demostrar que lo son es sometiendo a la mujer, dominando a
la figura que los descalifica, que los absorbe, que los infantiliza.
Hombres
temerosos e infantiles entonces se convierten en padres y mujeres dependientes
en búsqueda de aquel que las rescate y proteja se convierten en madres. Si miramos bien esta ecuación entonces
podemos predecir que vamos a tener un padre ausente por su incapacidad
madurativa y una madre que se apegará a sus hijos de forma dependiente y
masoquista. Benjamin (1988) refiere que en
las mujeres la clave para el masoquismo es la ausencia de deseo que se da por
la ausencia del padre, “las niñas necesitan a sus padres para que las ayuden a
individuarse, para que éste les enseñe el camino del deseo propio, las despegue
del deseo materno dependiente”. Es así que cuando no existe este hombre que
apoye en esta tarea y la madre busque desesperadamente no estar sola, la hija
va a tener pocas posibilidades de lograr una sana independencia.
En muchas
ocasiones he pensado esto desde mi posición como analista, ya que no pretendo
negar la parte de los diálogos femeninos que tienen eco en mí, mismos que
muchas veces hacen eco con los de mis pacientes. Pensando en esto recuerdo una paciente en
donde la historia no era muy diferente a lo que he venido comentando, en muchos
momentos de sus relatos yo me sentía profundamente enojada con su madre, en un
principio me costaba saber por qué, pero entre todos estos relatos de hombres
violentos, de abandonos por parte de ellos, descubro que la madre siempre ha
estado presente pidiendo que no la deje, que no sea independiente, que no
busque un hombre que realmente la quiera y la aprecie. Me fue mucho más claro el enojo con su madre
cuando en una sesión, en donde ella me dijo que ya estaba tomando la
determinación de divorciarse de la actual pareja, me percato de una sensación
de angustia en mí, pensé que no debía separarse porque no tenía trabajo fijo, pensé
que sola no iba a poder. Fue un diálogo
interno mío revelador, algo se conectaba de mi con ella.
Descubrí que
estaba conectada con el discurso materno, su madre impidiendo su crecimiento, pero
también los discursos maternos personales y sociales que todas llevamos dentro,
en donde éstos llevan a la mujer a creer que necesita a alguien para tener eso
que ella no puede, que lograrlo es demasiado complicado, y a veces es mejor
masoquísticamente ceder. Permanecí
varios días pensativa al saber que la creencia y el discurso están tan
arraigados, confundida pensando que, si esto es algo que atraviesa la esencia de
mi persona como mujer en mi cultura, eliminarlo sería eliminar la pertenencia y
la propia existencia. ¿Estamos todas o la mayoría de las mujeres mexicanas atravesadas
por ser esas “madres vírgenes” puras y dolientes, sin existencia propia, sin
goce, sin sexualidad viva, sino solo siendo la madre de o la esposa de? Como
mujer mexicana me vi tocada en los más profundo de mi, cuestionada en lo
personal y en lo profesional, ligada a mi paciente por el mismo discurso que
tal vez a ambas nos ha detenido de diferentes maneras, nos ha dolido y nos ha
colocado de manera masoquista en esta cultura.
Es inevitable
que al trabajar con pacientes no toquen de manera personal, es decir, como analistas
tomamos contacto con nuestras profundidades a través de los pacientes, nuestros
propios demonios hacia el origen y cultura se ven reflejados con ellos. Me
gustaría enfatizar aquí una cita de Rodríguez Sutil (2009) quien dice que, “un
analista por mucho trabajo personal que tenga a sus espalda debe estar en
disposición de encontrarse consigo mismo al aceptar al otro ya que este otro
siempre nos va a enfrentar a huellas en la piel que creíamos inexistentes”. Y es en
este campo rico que ambos dan sentido a eso que va ocurriendo dentro del
espacio íntimo del consultorio, Benjamin (2004) en su artículo "Más allá de la dualidad agente-paciente" cita a Pizer quién menciona que una de las primeras formulaciones
relacionales de la terceridad es la idea de negociación, según la cual “el
analista y paciente elaboran juntos una construcción de sus experiencias
individuales”.
Si un analista
es incapaz de percatarse que de suyo se dispone en la relación terapéutica, el
trabajo va a quedar coartado. En este
sentido puedo concluir que los diálogos femeninos nos guían de manera
inconsciente para tomar decisiones en nuestra vida, sobre nuestra pertenencia y
nuestra independencia, la ausencia de figuras maduras paternas y la necesidad
de algunas madres de dependencia hacen que las hijas crezcan con una falta de
identidad, una sensación de vacío que aparentemente se llena con la doble dependencia,
un hombre y la madre. Y que esta falta se ha extendido a diálogos culturales
arraigados en nuestra identidad como mujeres.
Referencias
Benjamin, J. (1988) The bonds of love. Pantheon books. Nueva York
Benjamin,
J. (2004) Más allá de la dualidad
agente-paciente: Una visión intersubjetiva del tercero. Intersubjetivo, Junio N
1, Vo 6, Pags 7-38
Lagarde, M. (1997). Identidad Genérica y Feminismo, Instituto Andaluz de la mujer. Sevilla. España
Lagarde, M. (1997). Identidad Genérica y Feminismo, Instituto Andaluz de la mujer. Sevilla. España
Paz,
O. (1999) El laberinto de la soledad. Fondo de Cultura Económica. México
Bodo
S.. (1975). Los Dioses en los Códices Mexicanos del Grupo Borgia: Una
Investigación Iconográfica. Fondo de Cultura Económica. México
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