Claudia Villanueva Kuri
El
ominoso fenómeno mereció un llamado especial por parte de la ONU. El pasado 6
de abril, António Guterres, Secretario General del organismo, hizo una petición
para atender el espeluznante aumento de la violencia intrafamiliar a nivel
mundial que se ha dado en los últimos meses y que está vinculado al
confinamiento al que nos está obligando la pandemia por la que estamos
atravesando. De acuerdo al organismo, en Líbano y Malasia se duplicó el número
de llamadas solicitando ayuda, en China se triplicó, en Australia se registró
la más alta magnitud de casos reportados en los últimos 5 años. Otras fuentes
(Aljazzera, The Guardian, Granma, Mother Jones Magazine, New York Magazine)
reportan que en Chile aumentó la violencia intrafamiliar en un 70%, en Kosovo
un 17% hasta donde tienen registrado, en Seattle, Estados Unidos, creció un 22%
tan sólo en las primeras dos semanas de marzo, mientras que en San Antonio y
Portland subió 21 y 38% respectivamente, durante el mismo periodo. En España,
de acuerdo al periódico El Confidencial del 6 de abril, las consultas en línea
para solicitar asesoría subieron un 269% respecto al mismo periodo del año
pasado. En nuestro país, La Jornada reportó el 9 de abril, que las llamadas por
violencia intrafamiliar habían subido hasta un 100% en algunos lugares del
país. Y, apenas hoy, se publicó en el Reforma que de finales de febrero al 13
de abril hubo 367 muertes por violencia de género. En su mayoría los casos reportados son de
violencia ejercida por el hombre hacia la mujer y los hijos. Sólo The Guardian
(3 de abril) documenta algunos casos de violencia ejercida por la mujer sobre
el hombre, que por supuesto suelen ser varias veces menos que los de los
hombres sobre el resto de la familia.
Dice António Guterres que la
combinación de varios estresores, entre los que destacan los problemas
económicos, el miedo al contagio, la pérdida de seguridad, el confinamiento y las
restricciones de movimiento, crea un ambiente propicio para el aumento de la
violencia intrafamiliar, fenómeno que, de por sí, ya estaba presente en gran
parte del mundo desde antes de que empezara la pandemia. Aunado a esto, The
Guardian reporta que históricamente los casos de violencia intrafamiliar se
incrementan en momentos de crisis económica. Además, se sabe que la agresión
crece en periodos de encierro o de mucha convivencia, como durante las
vacaciones de invierno, en las cuales suelen saturarse los refugios para mujeres
y niños. Si a eso le aumentamos, como documentan en Mother Jones o en el New
York Post en abril, que el aislamiento es en sí mismo una táctica muy común
entre los abusadores para ejercer poder y control sobre sus víctimas, entonces
podemos dimensionar que el escenario actual constituye una especie de “paraíso”
para el victimario. Por si esto fuera poco, en muchos países hay menos personal
disponible para atender casos de violencia intrafamiliar, ya sea porque el
sistema de justicia no está trabajando como normalmente lo hace o porque los
refugios para mujeres están siendo ahora utilizados como hospitales para
atender la pandemia. En cualquiera de los dos casos ahora existen menos
posibilidades que antes de que se les brinde atención a las víctimas, lo que en
contraparte favorece la impunidad para el agresor. En algunos países se
presenta además un fenómeno aparentemente contradictorio: hay más violencia,
pero menos denuncia. En Chile, por ejemplo, crecieron las acusaciones por
feminicidio en un 200%, pero las llamadas de ayuda por violencia intrafamiliar
disminuyeron 18% respecto a marzo. Esto, sin embargo, se debe al hecho de que
en muchas ocasiones las víctimas no pueden salir o siquiera hablar por teléfono
sin que el abusador se dé cuenta. Aunado a todo esto, se presenta el fenómeno
de que algunas mujeres golpeadas tienen miedo de ir a algún hospital por miedo
a que se contagien del coronavirus.
Todas
estas circunstancias, sin embargo, no nos alcanzan para poder dar cuenta de las
causas de la agresión. En estos momentos, todos estamos pasando por situaciones
parecidas, a todos nos provocan ansiedad el confinamiento, la posibilidad del
contagio, la situación económica, la incertidumbre sobre el final de la
epidemia, etc. Pero no todos los humanos reaccionamos con agresión ante estos
estresores. Algunas personas manifestarán, por ejemplo, trastornos de ansiedad,
otras un ataque de pánico, otras más presentarán conductas compulsivas o
hipocondría o depresión o manía. Algunas llegarán al suicidio. Otras más
tratarán de mantener la calma y reaccionarán de forma estoica ante la
situación. Algunos más amanecerán un día con más fuerzas y otros días con
desánimo y la fluctuación sería entendible.
¿Qué es entonces lo que lleva a algunos a
reaccionar con violencia frente a una situación angustiante? Una de estas
razones, acaso la más relevante, es que la mayoría de estas personas crecieron
en ambientes en donde era común que los miembros se violentaran de manera
frecuente, intensa e invasiva. Aprendieron desde muy chicas que la violencia
constituía un mecanismo privilegiado para ejercer control y mantener a la otra persona
sometida y al servicio del agresor. En estos ambientes la expresión de la
ternura y el cariño fueron sofocados. Y aunque desde chicas pudieron llegar a
odiar esos comportamientos violentos, acabaron introyectándolos y haciéndolos
propios a través del mecanismo de defensa que se denomina identificación con
el agresor. Con frecuencia, además,
desde que eran pequeñas, estas personas mostraban temperamentos altamente
reactivos y defensivos, y su forma de lidiar con las desavenencias de la vida
era descargando en otra persona el enojo, el coraje y la rabia que llegaban a
sentir; no tenían además tolerancia a la frustración, a la demora, a la
incertidumbre y todas estas situaciones constituían detonadores para la
violencia.
Para
bien o para mal es en la intimidad emocional y la cercanía de la familia en
donde se activan los sentimientos más profundos y las reacciones más primarias.
El ser humano tiende a formar y vivir en familia por miedo a la soledad, por
tener una persona o grupo en el cual apoyarse y al cual cuidar, por la
necesidad que tiene de parar la angustia que provoca estar en un estado de
abandono durante los momentos frustrantes o los fracasos, etc. Pero esa misma
cercanía crea un escenario en el cual se pueden activar sentimientos
ambivalentes: por un lado, la familia da cobijo y paz, pero por otro se
convierte en el espacio idóneo para depositar las reacciones más primitivas
ante la frustración, el dolor o la incertidumbre, muchas de las cuales pueden
ser violentas. Además, para cada uno de los adultos, la pareja y los hijos
representan personas sobre las que se pueden recrear necesidades agresivas y
vengativas no resueltas.
En
algunos libros que hay sobre terapia de pareja y familia se afirma que uno de
los factores que muchas veces ayuda a que las personas que tienden a reaccionar
violentamente logren contenerse es el de la discontinuidad en sus
relaciones. Esto quiere decir que el ir a trabajar, distraerse fuera de casa
con otras personas, practicar algún deporte o, simplemente salir al súper o a
ver una película son actividades que previenen que el uso de la violencia en la
relación sea continuo. Pero justamente la pandemia nos ha obligado a mantener
la continuidad permanente de las relaciones y con ello a la posibilidad de que
se reactiven las reacciones violentas en mayor grado, frecuencia e intensidad.
Por
si esto fuera poco, una de las características más importantes de las familias
en las que existen comportamientos violentos es la de mantenerse aislados, como
un sistema cerrado en el que se limita y excluye en la medida de lo posible el
contacto con otras personas, así sean colegas, amigos o familia. El victimario
siempre encuentra un mejor espacio para ejercer la violencia si no hay gente
alrededor y si la pareja y los hijos no tienen a quién acudir. La presencia de
un “tercero” en muchas ocasiones tiene la función de contener la realización
actual de la violencia. Así que, ante la situación de encierro en la que viven
la mayoría de las familias en estos momentos y ante la imposibilidad de
denunciar la violencia, así sea a los familiares o amigos más cercanos, resulta
más fácil para el perpetrador salirse con la suya.
Las
reacciones violentas siempre se exacerban cuando el victimario siente que está
perdiendo el control en alguna o en varias áreas de su vida. En esos momentos
se siente indefenso frente a su ambiente. El ejercicio de la violencia le hace
sentir que vuelve a tener control sobre su entorno y le permite sentirse fuerte
y menos indefenso, aunque sea momentáneamente y de forma ilusoria. Como estas
personas suelen acumular mucho resentimiento por agravios acumulados, se
sienten una víctima privilegiada que tiene derecho a ejercer la violencia como
una vía para vengarse (aunque sea con la persona equivocada) y reivindicarse.
No necesitamos un ejercicio muy grande de imaginación para visualizar el
escenario en el que se sienten en estos momentos de confinamiento,
incertidumbre sanitaria e inestabilidad económica: ante la ansiedad que este
panorama les provoca y ante la indefensión en la que pueden sentirse, la
violencia es la vía que encuentran para reivindicarse y volver a sentirse en
control de sí mismos.
Ante
esta situación, que además va a durar más de lo que inicialmente imaginamos,
habría que desarrollar ciertos mecanismos para que las familias puedan vivir
sin agresión. El primero que considero que puede funcionar es el de establecer
cierta discontinuidad en las relaciones familiares que asemeje, aunque sea un
poco, a la que había antes del confinamiento. Si es posible, es aconsejable que
los miembros de la familia se mantengan en espacios diferentes para evitar el
roce entre ellos y las consecuencias psicológicas del hacinamiento. La
estructura y planeación de actividades, así como de horarios, ayuda a que
existan límites. Hacer ejercicio es sin duda uno de las mejores maneras para
dar salida a la irritabilidad que provoca el encerramiento. Evitar el exceso en
el consumo de bebidas alcohólicas es de particular importancia porque el
alcohol suele desinhibir la agresividad en algunas personas. Habría también que
subrayar que muchas veces no tiene sentido enfrentarse al agresor y engancharse
con él al primer estímulo porque esto sólo provoca una escalada de agresión.
Aunque, si las cosas se ponen muy violentas, siempre será mejor denunciar a
tiempo. En fin, ojalá todas estas palabras sean de ayuda para tratar de pasar
de la mejor manera posible estos tiempos tan extraños para todos.
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