Roberto
Vargas Arreola
La clínica psicoanalítica supone una posición
del analista, una elaboración del acto analítico o, dicho de otro modo, una
ética (Bareiro, 2012). Winnicott, al respecto, ha sido
reconocido por su forma original de trabajar con sus pacientes. Sus
formulaciones han sido repensadas en el psicoanálisis contemporáneo y
trascendido entre las generaciones de analistas. Aunque tiene una formación médica
como pediatra y psiquiatra infantil, su actividad clínica fue principalmente
como psicoanalista. Se entusiasmó en sus inicios con la lectura de “La
interpretación de los sueños” y supervisó durante seis años con Melanie Klein. En
la década de los cuarenta comenzó a desarrollar sus propias aportaciones,
consideradas de gran riqueza en el campo de la clínica y en particular, en la
orientación de la cura y la posición del analista.
En la clínica winnicottiana, el paciente usa
al analista para curarse. Se interroga sobre cómo y para qué usar a su analista,
así como al inicio de la vida el bebé se pregunta de qué modo puede usar a su
madre y luego al entorno para descubrir de manera creativa la realidad externa.
En esta premisa establece una analogía entre los brazos que sostienen el
encuadre psicoanalítico y los brazos de la madre. Bajo estas condiciones, se
inicia un desarrollo auténtico y vital, que da lugar al nacimiento de un
verdadero self. Éste se despliega espontáneamente de dentro hacia afuera, y el
medio no es su modelador, sino su facilitador (Painceira, 1997).
El self para Winnicott no es lo mismo que el
yo, equivaldría mejor a la noción de “ser” o “persona”, su fuente es el cuerpo.
El self verdadero emana de la vida, de los tejidos corporales, de la
respiración y los latidos cardiacos. Es la fuente vital del desarrollo, de
donde emana el gesto espontáneo y la creatividad (Painceira, 1997).
Para Winnicott, el holding, a los comienzos de
la vida, está constituido por el vínculo de identificación primaria que la
madre establece con su hijo y se materializa en el sostén concreto que sus
brazos le proporcionan. La repetición transferencial puede materializarse en el
ambiente analítico, el diván, los cojines, la iluminación, la temperatura, que
encarnan el cuidado ambiental, el sostenimiento, el manipuleo o el handling. La
actitud analítica se traduce en la capacidad para sostener al paciente, de
proveerle confianza y seguridad (Painceira, 1997).
Con la capacidad de hacer uso del analista, se
trata que el paciente despliegue su subjetividad, sin temor a los efectos que
puede generar su potencial destructivo. Para Winnicott, el análisis levanta un
telón de fondo para la destrucción inconsciente del analista y éste sobrevive a
ello o, de lo contrario, se halla frente a otro análisis interminable. Para
ilustrarlo, al describir el caso de un paciente psicótico, refiere que catorce
años después de finalizado el tratamiento, Winnicott le pregunta cómo ha estado
desde entonces, a lo que responde contándole sobre su vida personal, familiar y
laboral. Winnicott le dice: “Me impresiona la forma en que usted usó su vida en
vez de estar en psicoterapia perpetua. Tal vez eso es la vida” (Winnicott,
1966).
La clínica winnicotiana toma como referencia
la experiencia relacional de la madre con el bebé e implica un recorrido: de la
“relación de objeto” al “uso del objeto”, con la constitución del objeto
transicional como mediador. El paciente llega a ser, al cabo del análisis, lo
más parecido a lo que hubiera llegado a ser si el medio no hubiera alterado su
desarrollo. El análisis winnicottiano está sostenido en la capacidad de vivir y
ser uno mismo a través de la experiencia de descubrimiento de lo verdadero, lo
auténtico, lo espontáneo y lo vital como resultado de un pasaje por una
instancia de alteridad que, además, debe sobrevivir a su destrucción. La
destrucción es lo que permite el pasaje de la relación al uso. La fantasía de
que potencialmente se puede destruir al objeto se contrarresta con que el
objeto sobreviva (Painceira, 1997).
El analista introduce una diferencia negativa,
un pasaje por la alteridad, cierta sorpresa de estar donde no se le esperaba,
cuando incluso esa presencia puede implicar ausentarse: El juego de
presencia-ausencia, eje fundamental para la simbolización. El análisis, en
palabras de Winnicott, es el ámbito ubicado en tiempo y espacio precisos para
que el paciente se sorprenda de sí mismo. No hay modo de llegar a ser uno mismo,
si no hay una presencia humana que hospede semejante desafío (Painceira, 1997).
Sin embargo, hay que saber de qué modo estar ya que no es el conocimiento
intelectual proporcionado por otra persona y aceptado a veces por sumisión,
sino el júbilo que produce el hallazgo lo que permite el descubrimiento de sí mismo.
Para Winnicott, el diagnóstico clínico no se
establece en función de lo normal versus lo patológico, sino entre la salud
versus la enfermedad. La salud posibilita la creatividad y la invención de la
propia vida en un mundo compartido por otros. Desde su perspectiva, los
conflictos existen y un indicador de salud es la sensación de la continuidad en
la propia experiencia del ser. El hombre, según Winnicott, es alguien dotado de
una naturaleza, que debe desplegarse con todas sus potencialidades a lo largo
de la vida, y la enfermedad es una perturbación de ese despliegue, que hace que
el hombre termine no siendo el que debió ser.
Los pacientes, al acudir a análisis, se
encuentran despersonalizados, en un estado de futilidad y de irrealidad.
Algunos de ellos pueden hacer alusión a las corazas defensivas que los protegen
de una nueva vulnerabilidad, aunque por lo general se encuentran a solas con su
yo auténtico, escondido, oculto, expectante a ser develado, mientras el falso
self da lugar a una existencia falsa y artificial. Para Winnicott, la
problemática que todo paciente lleva a su tratamiento implica asuntos referidos
a su propia existencia. El analista debe darle un lugar privilegiado a esa
escucha ya que, en muchos casos, el análisis es la primera oportunidad que
tiene una persona de comunicarse auténticamente.
Green, al hacer uso de la teoría
winnicottiana, retoma el concepto de “objeto transicional” para analizar la
cualidad de “lo negativo” en sus postulados. El objeto transicional, al ser
definido como <<posesión no-yo>> representa lo negativo del yo,
privándolo de las connotaciones que comúnmente se le atribuyen al objeto, ya
sea como el que satisface una necesidad o un deseo, ya sea como un objeto
fantaseado.
Cuando la madre se ausenta durante un tiempo
superior a cierto límite, la representación interna se borra, conllevando a una
desinvestidura de objeto y que los fenómenos transicionales pierdan
progresivamente toda significación. Green relaciona la desaparición de la
representación interna de la madre con la representación interior de “lo
negativo”, se trata de <<una representación de la ausencia de
representación>> que se expresa en términos de una alucinación negativa o
en el terreno del afecto en términos de vacío, futilidad o pérdida de sentido.
La alucinación negativa es un mecanismo
psíquico que remite a dos categorías: “lo alucinatorio” y “lo negativo”. Tiene
relaciones con la percepción y con la representación inconsciente. La
alucinación positiva remite a una percepción sin objeto; en cambio, la alucinación
negativa corresponde a la no percepción de un objeto. De este modo, guarda
relación con otras defensas como la escisión, la negación y la represión.
En el contexto de la teoría de Winnicott,
Green plantea que para dar cuenta de los aspectos normales o “positivos” de la
relación madre-hijo, se puede considerar la importancia del “holding”. Así,
cuando interviene la separación, la representación de la madre puede ser
suspendida y reemplazada por otros sustitutos. El más importante de éstos es la
construcción introyectada de una estructura enmarcante o encuadrante análoga a
los brazos de la madre, capaz de soportar la ausencia de la representación. El
análisis, en ese sentido, puede ofrecer ese marco.
Para Winnicott, el análisis es la
superposición de dos zonas de juego. No es que el analista juegue su propio
juego, sino que juega con el juego del paciente. Es el jugar, y no el juego, lo
que describe como una zona de experiencias que involucran tiempo y espacio.
Pero sobre todo, la aceptación de una zona que no es interna, ni tampoco
externa, sino que se encuentra en un espacio intermedio (transicional) fuera
del dominio mágico y fuera de la zona de los fenómenos subjetivos (en tanto
fenómenos de omnipotencia), dando lugar al encuentro con la creatividad. Por
eso jugar no solo es “desear” o “pensar”, sino también “hacer”. El análisis es
un acto en donde dos juegan.
Winnicott se pregunta: ¿Cómo es posible la
experiencia del juego? ¿Cómo se accede al juego? ¿Por qué se juega? ¿Para qué
sirve el juego? El juego tiene una función constituyente para el sujeto y el
tratamiento no es pensado en términos de superación de etapas, sino de
adquisición de experiencias (Bareiro, 2012).
Winnicott, a lo largo de su obra, denuncia el
problema del saber en el psicoanálisis ¿quién sabe? ¿Qué se sabe? ¿Quién se
cree que sabe? El uso del objeto no puede traducirse en la expectativa de que
el paciente tome al analista como medida de una realidad a la cual
identificarse. “El analista puede ser un buen artista, pero a menudo me he
hecho la siguiente pregunta: ¿A qué paciente le interesa ser el poema o el
cuadro de otra persona?” (Winnicott, 1954).
La clínica winnicottiana apuesta a lo
subjetivo de cada caso y se funda en un análisis orientado hacia la
desalienación y la búsqueda de la singularidad, antes que el acatamiento y la
impostura. El paciente que ha alcanzado un estado de profunda regresión no
podrá tener un nuevo comienzo si es dejado caer por su analista o si éste
impone su propio marco de sostén. Se trata de que el mismo paciente construya
el saber en tanto acto creador, o como modo de percibir la condición de estar
vivo: “Yo estoy, estoy vivo, son yo mismo” (Painceira, 1997).
Winnicott destaca una actitud no retaliativa
por parte del analista ante la destructividad del paciente, aunque en ocasiones
puede confrontarlo para otorgar un marco y un ambiente contenedor. Hace,
además, sus formulaciones con un cierto tono humorístico para causar
perplejidad en el paciente que le permita confrontarse con su acto, aunque sin
culpabilizarlo.
Al respecto, en el contexto de los niños con
conductas antisociales, asocia la delincuencia con un estado de deprivación. Un
niño se convierte en un “niño deprivado” cuando se le priva de ciertas
características de la vida hogareña, dando lugar a que manifieste una conducta
antisocial en el hogar o fuera de él. La tendencia antisocial puede conducirlo
a ser considerado un inadaptado social o un ingobernable, y ponerlo bajo
tratamiento de un albergue o de la Justicia. Mediante esta conducta antisocial
compele a alguien del ambiente a ocuparse de su manejo: “El niño cuyo hogar no
logra darle un sentimiento de seguridad busca las cuatro paredes fuera de su
hogar; todavía abriga esperanzas, y apela a los abuelos, tíos y tías, amigos de
la familia, la escuela. Busca una estabilidad externa sin la cual puede perder
la razón” (Winnicott, 1984, p. 139).
Winnicott plantea que, en los casos de
deprivación, el niño ha perdido algo bueno que, hasta una fecha determinada,
ejerció un efecto positivo sobre su experiencia y que le ha sido quitado. El
despojo ha persistido por un tiempo tan prolongado que el niño ya no puede
mantener vivo el recuerdo de la experiencia vivida. Un niño antisocial puede
mejorar aparentemente bajo un manejo firme, pero si se le otorga libertad no
tarda en sentir la amenaza de la locura, de modo que vuelve a atacar a la
sociedad con el fin de restablecer el control exterior.
Si bien Winnicott hace uso de la
interpretación, le otorga un sentido significativamente distinto al otorgado
por el psicoanálisis clásico. Su interés no es develar contenidos inconscientes,
sino, en lo fundamental, interpretar con el fin de que el paciente conozca los
límites de la comprensión del analista. Si no se interpreta, el paciente puede
tener la impresión de que el analista lo sabe todo. Para Winnicott, en el
análisis uno se pregunta, cuánto puede permitirse hacer. Y, en contraste, en su
clínica el lema es hacer lo mínimo
necesario. No se trata de convertirse en el centro de la situación, sino de
ubicarse desde la periferia para que el otro advenga creador de sí mismo.
Para Winnicott, el analista dispone de la
teoría cuando se interna en el terreno desconocido que conlleva un nuevo caso.
La teoría, dice, constituye una parte de su ser, a la que ni siquiera tiene que
recurrir de manera deliberada. Respecto a la técnica, refiere que es preferible
que un analista haya aprendido su técnica a tal extremo que pueda olvidarse de
ella. En el trabajo
analítico parte en gran medida de su ego corporal, realizando su labor con un
esfuerzo ligero pero consciente; las ideas y los sentimientos acuden a su mente
pero los somete a un riguroso examen y selección antes de proceder a la interpretación.
En suma, la orientación de la cura se
constituye en la capacidad del paciente para jugar a solas en presencia de su
analista, concepción del fin de análisis en la clínica winnicotiana. Winnicott
planteó “Primero ser, para luego hacer”, sugiriendo con ello que a partir del
desarrollo auténtico y verdadero del yo, se adquiere la capacidad de juego,
como función constituyente del sujeto y con ello la posibilidad del acto
creativo: “el hacer que nace del ser”. Para Winnicott, todo analista debe
aspirar a ser olvidado ya que, en suma, el paciente mismo alcanza a saber que
la vida es la terapia que tiene sentido.
Referencias
Bareiro, J. (2012). Clínica del uso de objeto: La posición del analista en la obra de D.W.
Winnicott. Letra viva: Argentina
Green, A. (2005). Jugar con Winnicott. Buenos Aires, Argentina: Amorrortu
Painceira, A. (1997). Clínica psicoanalítica: A partir de la obra de Winnicott. Lumen:
Argentina
Winnicott (1954). Aspectos metapsicológicos y clínicos de la regresión dentro del marco
psicoanalítico. En Escritos de Pedriatría y Psicoanálisis. Paidós: España
Winnicott (1966). Sostén e interpretación. Paidós: España.
Winnicott (1971). Realidad y juego. Gedisa: España.
Winnicott (1984). Deprivación y delincuencia. Paidós: Argentina.
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